Como se lleva a un niño

Wolkowicz editores, Buenos Aires,
Argentina, 2020

2
Duermo pequeña en la mitad de la cama y en la otra
mitad, los libros apilados

como “in media res” colgando de los rieles
en el desfiladero de los días, in media res
quedada, la vida, mi otro arrancado
de su carne, mi amor.

Enamorada del duelo no desear nada,
no hacer nada, silencio y esta clase nueva
de soledad, dormir y cuando me preguntan
cómo estás, decir “mal”.

No pienso para no tener imágenes,
no tengo adjetivos, no provoco recuerdos:

una vida flotante en el afuera y otra
inmóvil entre nos, desvaríos intelectuales
para nombrar la tristeza
de tu ser mirado por mí, allí.

Él me llamaba cada noche que no dormíamos juntos:
durante diecisiete años su voz me daba paz.
4-2018

3
Vuelvo a escuchar música, que grababa para mí, vuelvo
antes de saber que es al año cuando prescribe la prohibición.

Siempre mi medida adelanta, sobra, rebalsa de las Escrituras,
que desconozco.

Mi dolor no tiene
tradiciones.

8
Lo que no se parte en dos no estaba
entero en sus mitades,
lo que no aparece como restos, rémoras,
rezagos, es porque no estuvo en el mirar

invento, ¿invento?

Es como si en cualquier momento
fuera a llegar, o estuviera por venir,
por tener el alta y volver, sin pensar
en imagen ni matiz, él vendría.

Siento el eco y creo ver, escucho una imagen
y creo sentir, ni voz ni luz, nunca su voz, nunca,

escenas, escenografías, instantáneas
del archivo del amor que se volvió visual,
oral y pensativo, nunca su voz, no táctil, no ya
oloroso, el perfume terminado,

un mensaje en el grabador del teléfono deja
oir su te amo, mi te amo.
¿Quién habla ahí, quién escribió,
quién dijo lo que leo y repito sin sonido?

ardo de lo mismo que me hiela, deambulo
entre lo que aturde, fingiendo movimiento
y dirección, de acá para allá, sin pies ni cabeza, a pura
rememoración sorda, ciega, muda,

rodeada de muebles y objetos
que me nombran, sin voz, sin vos.

11-2018

La felicidad siempre deja huellas en este mundo.

Manto de la virgen se llama su caída, florcitas liláceas
entre hojas pequeñas, claras, que cuelgan
sobre el aire, los vidrios, la luz que no veo
del atardecer, arriba.

Subo a regar de noche, tardísimo,
y de día veo el relato del agua.

El me traía ramos de devoción: rosas, astromelias,
amarilis blancas, lilium, me traía su cuerpo
envuelto en papel de seda que yo deshacía
con los dientes.

Sus flores y mi jardín nocturno eran mundos separados,
mundos mundos de música exquisita
con la que me rodeaba, protegiéndonos de la lluvia
y de la muerte.

10
Cada vez que hablo de la muerte me quedo
sin voz, sin palabras me quedo, afónica
otra vez y otra vez y otra vez.
Así hasta que estoy llena, plena, de vacío.

Cada vez que hablo de tu muerte
te trago en un hilo de aire, me ahogo de ese saber inconsútil,
constructivo de un consuelo inútil como el olvido.

“Digan lo que digan, yo sé”, decía él, y esas voces
que vuelven de modo aleatorio no hacen
menos amable lo que fue su vida.

Me visto con sus camisas como si lo llevara puesto,
mi doble, superpuesta piel, y eso me da alegría.

Me desvisto de todo, uso el despojador de vidrio y tiro
anillos, aros, mi consistencia metálica, casi mis prótesis: desnuda

me envuelvo con su bata, me siento a trabajar,
me quedo quieta, quieta, en él, con él,
y aunque estoy en este mundo, el adjetivo no es “mío”,
ni el verbo es “soy”, ni el pronombre es “yo”.

13
“Mi amor” es un comienzo como “mi querida”,
que trae sus tonos, funda sus te perdí, yo te perdí,
vos me perdiste, él se perdió porque ya era tarde,
nosotros lo vimos partir, vosotros lo amabais,

ellos te aman

“nada” es una palabra que no tiene conjugación
más que en mí: no hay ya nada
más acá,
la física no escribe poemas.