Sobre su obra

Alquimias del Tertium comparationis

En Suplemento de Artes y Letras, diario El Litoral, 13-5-2004.
Por Enrique Butti

En 1998 la editorial santafesina Delanada publicó un breve conjunto de poemas de Liliana Lukin titulado «Construcción comparativa», que tuvo un entusiasta eco en el suplemento de este diario del 27 de junio de aquel año. Hoy lo repetimos aquí, como es de rigor ampliando y afinando los sonidos de ese eco, ya que «Construcción comparativa» vuelve a editarse con el agregado de muchos otros poemas (34 en total), todos bajo la advocación de aquello que no se dice sino en su asociación «con otra cosa», un recurso retórico que está en la base de la poesía y que constituye quizás su quintaesencia.
En verdad, detenerse sobre la conjunción comparativa (o, como desagradablemente se enseña ahora, el relacionante) «como», supondría analizar la historia de la poesía y, lo que sería aún más arduo o imposible, sus misterios. Y quizás deberíamos ir más allá, si bajo la guía de Nietzsche, aceptásemos que la traslación metafórica comienza antes del lenguaje, en los pasos previos a la articulación de la palabra.
Supondría también detenerse (y tomar partido, pelear, naufragar seguramente en la contienda despareja) en una batalla que no cesa, y que, si nos atenemos a las expresiones de Gide («el demonio de la analogía») y de Bellemni-No‘l (la analogía, «astucia para con la trascendencia»), incluiría entre los beligerantes a dioses y satanases.
Desde Aristóteles, con sus tres modos de inferencia (la deducción, la inducción y la hipótesis -o abducción, que tanto desvelaría a Peirce-) pasando por Kant, quien afirma que no hay otra forma de conocimiento que reducir a unidad la pluralidad de sensaciones, y hasta Engels y su «Dialéctica de la Naturaleza», la analogía ha sido un fenómeno de interés capital en la filosofía. Congregar semejanzas -resaltando, pues, las diferencias- implica inevitablemente detectar cualidades y proporciones (así, precisamente como proporción tradujeron los latinos la palabra analogía -del griego: reiteración, comparación-).
La semejanza no supone identidad ni igualdad. Santo Tomás aclara: «Lo idéntico es lo uno en la sustancia; la igualdad, lo uno en la cantidad, y lo semejante, lo uno en cualidad». Así, la escolástica medieval introduce el concepto de una analogia entis, que establece una escala jerárquica y una fuente inicial de la multiplicidad, Dios, en quien coinciden todas la diferencias.
Expresionistas, futuristas y, más cercanos en el tiempo -pero ya tan lejanos en el espíritu- los teóricos del nouveau roman, descargaron su artillería contra el epitheton ornas y las comparaciones.
El doctor Gottfried Benn, que en sus cuatro célebres «síntomas diagnósticos» de la poesía apuntaba al «como» como una fractura de la visión, «que aproxima, parangona, sin instalar una relación primordial», inmediatamente después debía atajarse y convenir que existían grandes poemas y grandes poetas (Rilke, específicamente) del «como».
«Como» es el elemento sintáctico por excelencia en las construcciones comparativas, y a él recurre Liliana Lukin en el inicio de todos estos poemas. Treinta y cuatro como(s) que introducen contundentes imágenes o situaciones: «Como un ángel pintado/ representa el vuelo/ pero está atado al papel/ que soporta/ la pasión y el duelo/ de no volar/…»; o «Como un grito/ que se expande en el tiempo/ y continúa/ lejos del motivo/… «.
Uno de los libros anteriores de Liliana Lukin se titulaba Descomposición (1986) y la palabra era emblemática de la operación que ejercitaban los poemas; ahora estas comparaciones intentan la reconjunción del universo: el como inicial nos ha advertido que aquellas fulgurantes imágenes introducidas nos están en verdad hablando de otra cosa, intentan aproximarnos y ligarnos a aquello que no podrá ser entendido sin esta magnitud gemela, sin esta presencia que nos ha transportado a un mundo de resonancias en las que se ubicará la segunda instancia de la comparación. Y esa segunda instancia está marcada siempre por el término «así», «Como un náufrago/ en el centro del remolino/ al ver fundirse mar y cielo/ sostiene en la línea su visión/ así/ ella/ soberana de un reino/ que hace agua/ es a la vez/ cielo y orilla/…».
Y la segunda parte de la comparación es un «así ella» (que puede ser un «ellas» o un «yo misma»), en donde Liliana Lukin introduce algunos de los múltiples desabrigos o reinados de la mujer, recurriendo y profundizando lo que en su considerable obra poética, y especialmente en su último libro, retórica erótica, ha desplegado: una incisiva y estremecedora tentativa de establecer una conjunción entre el discurso poético y la exposición carnal, entre el dibujo de las letras (Lukin es una amante de la caligrafía) y la desnudez como una mano tendida.
La estructura mencionada se mantiene en todos los poemas, excepto en dos, como para insinuar, en uno (el poema II) que el término que concluye la equiparación (el «así», transformado en este poema en un «eso») podría conformar otras estructuras comparativas, que de por sí no son exhaustivas, y que son intercambiables los elementos de la comparación.
Y no es casual que en el último poema, exista el «así», pero como conclusión, no como introducción de otro término de la comparación, sino como refuerzo de lo expresado. Una magnífica vuelta de tuerca, pues, ya que la comparación no atina sino a volver sobre sí misma. Así.