Sobre su obra

Celebrar la anatomía

En Clarín Cultura y Nación, 17-5-2003.
Por Enrique Foffani

La poesía de Liliana Lukin siempre indagó en el discurso amoroso. Así en la última carta de su libro Carne de tesoro (1990) leemos: «querida: se disuelve mi dogma a medida que amo”. Pero ahora, con retórica erótica enfatiza no tanto la disolución sino la celebración, el íntimo festejo de reconocer la alegría como uno de los atributos de la pasión amorosa. Se trata de la alegría de quien desea adueñarse de su objeto de amor para gozar, no para saciarse; para incrementar el afecto, no para calmar el apetito. Este es el único secreto a voces que el poema revela: “En la alegría está el secreto de su cuerpo/ en la alegría de su cuerpo está el secreto”. Hay, por tanto, un punto transitivo entre erótica y retórica pues ambas encarnan un poder; el del afecto y el de la palabra, el de la pasión en su avaricia por incrementarse (“has hecho de mí un animal avaro”) y el del habla como interlocución intermitente aún allí donde sólo cabe el silencio.
Este texto reúne la letra y el ícono, la palabra y la figura, la caligrafía y la fotografía, la tipografía y la imagen. La página deviene entonces un paisaje del cuerpo como teatro de toda pasión: de allí que retórica erótica sea una poética del ojo y de la mano. Desde el registro de la mirada, el libro colecciona fotos, daguerrotipos, fragmentos de esculturas o pinturas y al mismo tiempo sobreimprime diversos tipos de letras haciendo de la página un palimpsesto, un dibujo de ecos. La falta de paginación transforma al libro en álbum, cuaderno de estampas, exposición de rostros que condensan uno solo real que pertenece a la autora cuyo cuerpo desnudo aparece en la última página con la mirada puesta en el lector. Ella, lectora también de un libro de imágenes, ha levantado los ojos para capturarnos en el acto de leer.
La poética de la mano, por su parte, define la apuesta de Lukin como un erotismo de la presencia, porque la pasión alegre reconoce al objeto de amor como un sujeto. La letra manuscrita ratifica que se quiere un libro de poemas en contacto directo con el cuerpo. La retórica se vuelve eso: juego con las manos en el doble registro del amar y escribir, un lenguaje táctil, una caricia verbal, en definitiva una retórica erótica. Así, la poesía de Lukin alienta el deseo de permanecer en la posesión de la lengua aun cuando se vuelva extraña y ajena: “Hay un mapa del tesoro, dijo él,/ y está marcado en un idioma extranjero».