Ensayo sobre la piel, 2011-2016

Ediciones Activo Puente, 2018

El amor del miedo. Poemas del hermano
2011-2013
No hay mayor desesperanza que saber que una vez hubo motivo para la esperanza
Alexander Puskin

Junio 2011

proliferar se ha vuelto
una frase, las volutas del
deseo de proliferar en mí misma,
las punzantes intenciones
se me disuelven en accidentes
mentales, circunvoluciones
en desuso, el cuerpo vivo
de las ideas muertas frente a mí*

mi madre ha decidido
su pequeñez, en cambio,
en un proliferar conciso,
no manifestado como voluntad
en extensión: ella ve el hueco,
ve el fondo, pide levitar
papá sangra, hace episodios
donde sencillo revienta
y sangra: salvado, es el ingeniero
de su destino, y en la precisión
de olvidar encuentra un centro:
se agita, descansa, nos mira fijo*

Informe de situación

mirar consiste en cuidar dos veces, con los ojos
descubiertos o cerrándolos sobre la fragilidad.
Esa ventana a la carne es peor que la memoria:
niega y da migajas, de lo recordado ensucia márgenes,
atraviesa el aire y da verdad a lo mirado.
soltar las amarras: eso hace
mi hermano, suelta,
se le escurre
lo que une, lo que liga las palabras
y las cosas, olvida cómo era olvidar
y así se desliza, lastimado

no sabemos cómo sucedió. No hablo
de un final, no escribo
sobre una pérdida ya inscripta
en la carne: sólo es una anomalía
que vuelve al hermano sujeto
de una pregunta, mutante:
una lógica ha perdido su objeto,
tan frágil la cadena de síntesis, tan inútil
la cadena
trastornos del momento, dicen,
y es el momento trastornado quién
nos da ley, estatuto, órdenes para él:
podemos actuar, quedarnos
en universos completos de estímulos sin referente,
escuchando sistemas que lo califican,
o salir de la escena,
y no hacer nada,
hay
un caos en torno a nosotros: buscamos
pistas, lugar, horarios, como si fuéramos
a posar nuestra preocupación allí,
en puntos ciegos de conocimiento,
núcleos duros donde esperamos
nos revelen Eso,
que preferiríamos no
escuchar*

hundirse sin remedio es lo que le sucede:
ve las orillas, flota aferrado como a un madero
a otras materias cercanas y lábiles,
no entiende qué clase de aguas
son estas, vacila entre la superficie
y las piedras del lecho, resbala
en el torpe alivio de las manos
que tendemos, ignora lo que vemos
nos dicen que el dibujo de sus lóbulos frontales
no coincide con los protocolos de lectura,
que presenta trazos rugosos a la comprensión,
nudos cerrados y disímiles, atrofias del
entendimiento
que nos impiden llegar…
sobre su indeterminación, dicen que es normal
que él no entienda lo que pasa en él,
vacilan, lo condenan*

donde fracasa la voluntad: ahí
estamos, dando ‘manotazos
de ahogado’, donde el deseo fracasa,
cansados de lo por venir antes de tiempo,
perdidos, atando cabos
que no sostienen, débiles y amargos
en nuestra compasión que no siempre
lo alcanza allí donde está
“él, hablan de mí y dicen él”,
aterrado me cuenta
“y yo estoy ahí, escuchando”,
mientras cuento con su olvido
sigue, gesticulando y dice:
“como en esas comedias
donde todos saben todo menos
el tipo del que se habla”.
Y eso de tal manera cunde
y sobrevive en la inmensa
mutilación

me hablaba, tocándose el pecho,
de un “centro frénico”: veo
su freno, su centro, el dolor
de una sinapsis que no funciona.
Le digo que el fantasma
dejará de alojarse.
Estuve allí, vengo de allí con él,
su pensamiento concentrado
no como trizas sino como trazos,
y lo que anuda un veredicto:
ondas cerebrales, córtex,
energía neuroquímica, lesiones
que no hay, todo terminado.
Menos la pena que empezó
y no terminará

donde empiezan los rencores
el hambre de una verdad queda sepultado
en la negación, saciados por la idea del deber
cumplido, estamos solos, sin remiendos
ni lugar
para remiendos, hartos
de no poder ser lo que
desearíamos, de tener que ver
lo que se ve.
Padecemos de ser hermanos,
enojados como pobres
niños con esa vida quebrada
que a él le toca. Y la voluntad
de mejorarla sucia de gritos,
argumentaciones y emoción