Feria del libro 2002

Una Buenos Aires de Novela

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En suplemento Zona, diario Clarín, 2002.

Por Liliana Lukin
La literatura argentina ha tomado la ciudad de Bs.As. desde siempre, como protagonista, como el paisaje privilegiado para una historia, como metáfora de un mundo que ofrecía en un espacio denso las tensiones necesarias para acontecimientos  y pasiones humanas. Pensar la literatura es una práctica mucho más antigua, entre nosotros, que pensar la ciudad. Pero el cruce de las dos prácticas, puesto en acto: cómo se vive una ciudad desde su literatura, cuando ésta habla de la ciudad, abre a otros problemas vinculados con  la Historia, los mitos y las leyendas urbanas y pone en cuestión otra vez la distinción entre ficción y realidad.
Sentados en un stand de la Feria del Libro,  frente a una foto gigante de Av.de Mayo iluminada lujosamente para el carnaval de 1922,  (palcos de madera en el centro, a todo lo largo, y las entradas de la estación del subte de la línea A, cuya construcción se había inaugurado en el Centenario), escuchaban fragmentos de literatura argentina fechados desde 1838 que se “cruzaban” con las noticias de los diarios del día. La lectura producía tanto melancolía por un paraíso perdido, como sorpresa al escuchar temas actuales como inmigración, progreso, marginalidad, racismo o prostitución, en textos de hace 100 o 150 años.
Al lado de la foto, una gigantografía del plano de Buenos Aires, también de 2,50 x 2,50 completaba el escenario, y en el centro, en una pantalla, se reproducía una película documental muda, en blanco y negro, donde desfilaba cada rincón de la ciudad, en su apogeo, filmada entre 1910 y 1925.
El público que pasaba, el que se detenía unos momentos o el que se quedaba, sentado o parado detrás, disfrutó de una conjunción de distintos modos de representación para componer Buenos Aires: escritura, cartografía, fotografía, y cine, duplicando, sumando a la letra y el dibujo, las imágenes en movimiento, la voz.
Entre la ficción y la realidad, había un plano intermediario: el plano de la ciudad.
Allí, con chinches de colores, ese público traducía su saber acerca de las referencias que convocaba la literatura y lo convertía en un punto en el plano. Ese saber , como habitante, como “hábitué”, provenía de su modo de vivir, su curiosidad o indiferencia hacia lo que lo rodea, provenía del azar de la circulación por una vida que está siempre ordenada espacialmente.
Entonces, la relación entre ciudad y experiencia se convertía en un acto de carácter, digamos, indicial: la cartografía como un lenguaje cercano a las pistas de un juego detectivesco,  el reconocimiento, en el trazado que simboliza “la ciudad”, de los lugares por donde transitan los personajes o donde ocurre la acción de una ficción, era una operación de pasaje entre más de dos lenguajes.
Porque allí entran en juego, por un lado, la vida de cada ciudadano, y por el otro, la literatura y los escenarios donde un autor ubica a sus criaturas.
 
Ese camino fue recorrido a lo largo de la lectura, durante los  20 días que dura la Feria,  en un ida y vuelta, modificado siempre por lo que la gente sabe, individual y colectivamente, de los lugares y de lo narrado: así, una frase enigmática se transformaba en la muerte de Evita, una esquina en un viejo bar,  o un texto de 1950 que narra un paseo de domingo por Palermo evocaba a los cisnes, que ya no están,  justo en el momento en  que el documental mostraba el Rosedal  y el lago con sus cisnes, y la gente señalaba la imagen, oía el cuento, reconstruía una infancia.
Un poema de Raúl González Tuñón, de 1922, aunque no menciona lugar particular permitía, sin embargo, la fiesta verbal de recordar costumbres de la diversión popular, donde era posible distraerse de la miseria de la inmigración, de la vida dura de aquellos años: kermeses, el viejo parque del Retiro, después Jardín Japonés, baldío más tarde y en nuestra memoria no tan reciente, el entrañable Ital Park.
El arroyo Maldonado, en la lectura de un fragmento de Borges, fue el pie para que el público recordara los desbordes gigantescos en la zona de la Av.Juan B.Justo, en Villa Crespo, y alguien trajera a escena el detalle de que en la época de la dictadura  se había cerrado con una reja la salida del arroyo hacia el Río de la Plata, para evitar que los cadáveres arrojados “al mar” entraran en la ciudad con el torrente de una de aquellas inundaciones.
La noticia había “salido” en los diarios, pero la repetición oral, su dibujo en el mapa, es decir, la verosimilización geográfica del “aquí fue” y su intersección con la magia de la literatura, crearon una dimensión nueva para una información olvidada, volviendo más real lo literario y menos ficcional la historia reciente.
Adán Buenosayres,  personaje de la novela homónima de Marechal, pasea por el parque Saavedra. Durante la lectura, el mapa permite ver el límite, que la General Paz dibujó siempre, entre el mundo urbano y esa pampa ya infinita tan cerca de la Capital.
En ese parque, cuenta la novela, hay un ombú, por cuya inmensa abertura en el tronco es posible descender al infierno donde Adán encontrará, cual Dante, todos los prototipos de porteño, condenados por sus vicios a distintos círculos de ese infierno.
Entonces alguien cuenta: “se dice que debajo del parque Saavedra hay un túnel cavado hasta la Escuela de Mecánica de la Armada”. Silencio. El comentario es seguido por el trazado imaginario en el plano: la distancia no es mucha, el túnel es verosímil, leyenda o mito, una posibilidad que modifica la ciudad en un punto, queda instalada. Ya el parque no será igual.
En el fragmento leído de El matadero, de Echeverría, de 1838, el escenario de los hechos es nombrado como Matadero del Alto o de La Convalescencia. Ese detalle inicia, con la gente, la pregunta que desarmará un saber frágil: ¿dónde estaba el matadero del relato fundante de nuestra literatura nacional? ¿en el barrio de Mataderos? ¿en Liniers? no, en Parque Patricios, donde hoy perduran casi en ruinas los hospitales para infectocontagiosos, destino de internación para aquellos  con antiguas enfermedades mortales como la tuberculosis, que nunca fue erradicada de nuestra población. Esa zona, donde se construye, a fines del siglo XIX , el conjunto de edificios grises y fríos, conservó una función, como si el mandato histórico ordenara pasar de un lugar de sacrificio a otro,  pero sin cambiar lo profundo del sentido que ya el paisaje había asimilado.
 
Un evento así propone al que escucha una aventura personal, íntima,  pero debe, puede o necesita reconstruirla con referencias compartidas. La lectura, acto privado, es transformada en acto público. Y la ciudad, lugar por excelencia del borramiento entre lo público y lo privado, se pone en escena de la mano de la palabra poética.
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Mientras el mapa se iba llenando de colores,  se veía qué ciudad fue narrada y qué ciudad fue dejada sin relato, “fuera de escena”, sin nombrar. Aunque de modo estadístico y provisorio, obteniendo un “muestreo”, ya que se leyeron sólo 250 fragmentos, era evidente que las marcas concentraban en el Centro y hasta Callao, hacia Palermo al norte, hacia Barracas al sur y hasta Caballito al oeste, la mayor parte de las referencias topográficas, en cuentos, relatos y novelas argentinas desde 1838 hasta 1983.
Una conclusión central:
Ese “espacio recorrido” generó un intercambio de la palabra inesperadamente político y plural, donde se recordaba lo perdido, se reclamaba por la conservación del patrimonio histórico, se recuperaban zonas del sueño y del cemento, y se tenía la presunción de que la literatura no había modificado el viejo mapa que diseñó la historia del país para las poblaciones.
La escritura, se sabe, vuelve real aquello que nombra, y el acto de leer en voz alta para mucha gente, construyó un puente entre geografía y literatura.
Pero también llenó a la ciudad de historias,  puso en el aire un placer de participación y un placer de escucha que no es habitual disfrutar ya en la vida de las ciudades y que remite a las prácticas de la polis ateniense y revivió, desde la literatura, a no olvidarlo, una de las formas de comunicación más antiguas, constitutivas de la comunidad ancestral: alrededor del fuego, la tribu se reunía para contar el relato que le permitiera construir, alimentar y conservar la memoria y alcanzar así la comprensión de los hechos del  pasado. Tal vez debamos recordar que la estructura ficcional  puede poner en circulación, de una manera nueva, cierta clase de verdad que los otros discuros han perdido y sea el poder de la ficción el que devuelva las palabras a la tribu.
 
Evento realizado durante todos los días de la pasada Feria Internacional del Libro, en el stand de la Fundación Noble, con el auspicio del Grupo Clarín y de la Dirección General de Museos del Gobierno de la Ciudad. Se leyeron 250 fragmentos pertenecientes a “Una Buenos Aires de novela”, I y II, compilaciones de la autora de la nota, Ed.Sudamericana, 1999 y 2000.