Sobre su obra

Una estética del dolor

En Clarín, Suplemento Cultura y Nación, 1998.
Por Hector Lastra

Preguntar para saber preguntar es acaso una de las ideas que da arranque a este singular y deslumbrante libro de poemas, en donde el acto mismo de la interrogación suspende todo destinatario y hace de la estructura un destino. Allí se reconoce una rigurosa estética: sostener el hilo a punto de pasar al otro lado del ojo de la aguja; éste parece ser el movimiento.
Liliana Lukin, desde 1978, con Abracadabra, ya venía proponiendo una política de la escritura contra los estereotipos, y como dice Jorge Warley de Descomposición escrito entre 1980 y 1982: “A partir de aquí convendría empezar a atar cabos. Poner en tándem, por ejemplo, esta Descomposición con los Cadáveres de Perlongher, para leer la poesía de otro modo… y reintroducir en la lectura una palabra salvaje que hieda y conmocione”.
En Las preguntas, otro momento de la misma política, en su puesta en cuestión, en su búsqueda de «incorrección», ella ha sabido articular una mirada, también salvaje, que atraviesa la trama de un mundo dominado por respuestas masculinas.
“¿Qué hace una mujer como yo/ en una espera como ésta?» Nada más inquietante. Cada poema, como la pieza de un exacto rompecabezas, tiene una persistente intención irónica, casi cáustica, típica de quien no se da por vencido. Se trata de un evidente trabajo de desmitificación, que intentando redefinir un objeto, obtiene una versión no idealizada del mismo.
Ofrece en cambio un sistema de dudas para revisar conceptos, sensaciones, «presupuestos” establecidos por una ética y una estética que parecieran no admitir fisuras.
“¿Qué puede hacer/ una mujer/ con el miedo de un hombre?»
Las preguntas proponen así una «ética del amor/ estética del dolor».
A través del ritmo quebrado, pero de casi infalible concatenación, dentro de la brutal y recortada síntesis que logran –, hay una cadencia talmúdica, que por supuesto se vuelve música, una suerte de viva armonía que ya era notoria en Cartas (1992) y aún más en Construcción comparativa (1998). Música que Lukin trabaja a conciencia y que mantiene más allá de las palabras, en la resistencia, la prestidigitación de una nueva pregunta, respondida una y otra vez con una nueva interrogación. Como quería Pope, “el sonido es un eco del sentido”.
Es que preguntar entraña ya un saber, y allí donde se suele decir «para eso no hay respuestas», los poemas —bellos y furiosos, tiernos y sabios, siempre lúcidos— son el lugar revelador de una insistencia. Ese hurgar (temerario en su «decirlo todo»). crea otra realidad, incisiva, que va desde lo cruel a lo piadoso.
“…¿qué puede un hombre/ temer de una mujer?/ todo y no hay modo/ de entender/ cómo/ da tanto miedo/ sólo/ el ser.” Se trata nada menos que del escándalo de una palabra que deshuesa, filosóficamente, un núcleo «duro de roer».
Si en Cartas la escritura de Liliana Lukin se inscribía entre los límites de la carnalidad y los del amor de una Marina Tsvietáieva, en este nuevo libro la letra investiga en el despojamiento erótico de una Simone Weil y en el aparente ascetismo de
cierta «poesía del pensar”. Una poesía reflexiva que es un proyecto (más que cumplido) de burlar las marcas con que los estereotipos ajenos todavía piensan «lo mujer», como dice Lukin en alguna parte. En definitiva, aquello sobre lo que no parecía poderse decir nada más, desde una tradición poética muy transitada por mujeres, es aquí el objeto de una nueva escritura.
Duros, punzantes como un estilete, los poemas-pregunta emiten luz, son voces a válvula plenamente abierta. Vale citar entonces las palabras del poeta Gonzalo Rojas, en la contratapa: «Tu poesía es oxígeno único, una visión tan portentosa desde el desasimiento como no había leído nunca antes. Nadie toca cuerdas así, tan altas y libres, Liliana fisiológica, desollada a la in temperie… criatura más lúcida en el plazo ciego de estas décadas».
Las preguntas se puede leer como la historia de las ideas de una mujer, un mapa del conocimiento armado por esa travesía de sujeto para obtener otro saber sin lo que se da en llamar sentimentalismo, jugando a una continua expresión engañosamente neutra. Tajantes, se van creando textos sensuales y audaces.
“¿Girando detrás de un pensamiento/como una perra que muerde su cola/algo del pensamiento se hará claro y potente/como un ladrido o un celo de animal…?”, y en otro, “…¿feliz de tener para escuchar/cómo penetra letra a letra sin hablar?».
Esa parece ser la apuesta, el desafío al que se compromete esta poeta notable: la certeza de que interrogar es la única verdad, el motor secreto de un arte poética que, sobre lo interrogado, funda su propia moral.