Sobre su obra

Como se lleva a un niño, de Liliana Lukin

De la presentación del libro
Por Juan Carlos Moisés

Fragmento.

(…) Hace dos años, en el mismo año de la muerte de Gustavo, Liliana publicó Ensayo sobre la piel, un libro doloroso, o como escribió Sandro Barrella, “un libro terrible”. Liliana escribe y describe el proceso de enfermedad de su hermano Osvaldo al mismo tiempo que su salud se deteriora por el Alzheimer, con la ligazón afectiva que desgarra y los detalles escabrosos del sistema de salud.

Ungaretti dice que escribió su libro EL DOLOR con “un nudo en la garganta”. Él padeció, también, la muerte de su hermano, entre otras circunstancias de esos “años horribles”, como los llamó.

Ahora estamos presentando el nuevo libro de poesía de Liliana Lukin. Podemos ampliar y decir que estamos presentando un libro de poesía sobre el amor. O también: un libro de poesía sobre el dolor. O sobre la ausencia y al mismo tiempo la presencia del amor. Todo esto y aún más. En este libro Liliana sienta a la muerte en sus rodillas. Trae a su amado de vuelta para mirar la muerte a la cara, como mirar el sol de frente. Ilumina y enceguece a la vez. Pero tratándose de Liliana, la poeta Liliana Lukin, es lo que ha hecho en todos sus libros. Hablar de lo que no se habla, o de lo que no es sencillo hablar, hablar de ausencias y presencias, de composiciones y Descomposiciones, de Cortes por lo sano, de Abracadabras que piden lo imposible, de Carnes de tesoro “para que una mujer cuelgue del amor como de una rama”.

En Como se lleva a un niño, el libro que hoy nos llena la boca de poesía, Liliana escribe después de la pérdida. Es la escritura del duelo. Quise, lo intenté, pero no pude hacer un análisis estrictamente literario. Apenas pude preguntarme qué es este libro. Vagamente me respondí: Es un diario del dolor. Es una larga carta de amor. Es poesía contra la muerte, para decir y decirse: la muerte no es verdad, sólo la vida lo es. Es una escritura para asumir la ausencia. Y también para entender la ausencia. Es la tentativa de la palabra por transformar la ausencia en presencia. Es, también, el paso inevitable de poner la poesía en el lugar de lo sagrado, cuando leemos: “esta es mi carne”, “este es mi cuerpo”, “al hueco que se ve, ahí, en mi costado”. Liliana habla del desgarramiento, y además quiere entenderlo, quiere pensar el dolor, algo imposible, o algo poéticamente posible. Y quiere saber quién es ella en el dolor. Quién es ahora y cómo es seguir estando con quien ya no está. Porque, está dicho, Faulkner mediante, Liliana también “entre la pena y la nada, elije la pena.”

Quise, lo intenté, pero no pude poner una distancia crítica con la obra y desmenuzar los elementos de la lengua que la constituyen. Juro que lo intenté, pero no pude. El tema y su golpe emotivo pudo más, como recibir un cross a la mandíbula en cada poema. Me quedaron tatuados en los ojos fragmentos de una bella intensidad, las palabras trabajadas con la misma paciencia del amor, el amor y los poemas como tejidos minuciosos, hilo y aguja con las puntadas precisas, lo que va y vuelve y se subraya en el pespunte. Los fragmentos que vuelven por el estímulo de lo leído:

“Y volví a ver, por encima de tus hombros,
lo que esa alegría callada había conseguido”.
“mi otro arrancado de su carne”.
“el miedo a perder, más que la pérdida, su recordación”.
“Los que no se acercan al dolor es
porque no tienen curiosidad”.
“nada es una palabra que no tiene conjugación
más que en mí”.
“La medida del sufrimiento es inexpresable
salvo en los poemas”.
“yo hablo en la lengua
para la que el futuro
está detrás y el pasado delante”.
“la ausencia, esa emoción sin cuerpo”.
“ninguna historia se termina con una última palabra”.

Liliana, es cierto, si la palabra nombra al amado, hay presencia para siempre.