Sobre su obra

Malasartes

De la presentación del libro, 1981.
Por Joaquín Giannuzzi

Debo suponer que Liliana Lukin me señaló para presentar su libro por razones prácticas: quiero decir, a causa de una afinidad que nos emparenta en la manera de aceptar-rechazar-expresar el mundo por la vía poética. En todo caso, eso es lo que me parece comprobar leyendo estos poemas, así como la verificación de ese parentesco: como hijos explícitos de la época. Y pesa a no pertenecer a la misma generación- L.L. tiene la edad de mis hijas-, me considero un hermano mayor; o sea, que somos contemporáneos.

Desde que leí por primera vez los poemas de Liliana Lukin advertí en ellos una lúcida, desgarrada y atenta conciencia de nuestro tiempo. En su libro anterior, Abracadabra, denso y atropellado, encontré una especie de confusión rica y desconcertante en el sentido de que cada poema mezcla cosas de este mundo hasta obtener una pasta parecida a la existencia. Allí, cada poema crea una presencia activa en el sentido de lo que Ezra Pound llama “un estado de eficacia”. Poemas en estado de eficacia.

Ahora, con este Malasartes, Liliana Lukin ha dado un paso tan decisivo como personal al obtener un tono propio e identificable. Aquí ha desaparecido todo vestigio de artificio o de elementos convencionales. Al depurarse, con una mayor brevedad expresiva ha concentrado la mayor cantidad de significación posible. La metáfora ha sido resuelta de manera sintética, directa y, diría, casi natural, en el sentido de que aparece y se desarrolla como una verdad inevitable y bien articulada dentro de la dinámica del poema.

Ustedes me disculparán este amago de análisis técnico que estoy proponiendo aquí, por no decir, pedantesco; pero ante poemas como los de L.L. me siento tentado a desmontar la maquinaria.
Se trata de la extraña e insondable maquinaria de la poesía moderna, que Liliana Lukin ha asimilado con asombrosa madurez; una maquinaria que desconcierta a muchos, incluyendo a gente de letras, que frente a ella cae en la perplejidad.

Creo que esto sucede por dos razones: por la ambigüedad de los significados y por la desarticulación del lenguaje. Por ambigüedad debe entenderse aquí multiplicidad y simultaneidad de significados, variaables que se presentan al lector como imágenes superpuestas y a la vez sucesivas. Creo que esta poesía hace realidad cierta propuesta estética según la cual en poesía todo es posible, y al mismo tiempo.

Por lo demás, Liliana Lukin nos remite a lo concreto, y parte del mundo cotidiano, de la materia sensible que la rodea. Veamos este breve poema:
“Recuerdos”

Apoya su vaso en la frente
y deposita sus ojos
sobre un fondo de temblores
que precipitan el contenido
desde un borde
decididamente hostil.

Comprobamos como aquí se ha soslayado el énfasis y el esplendor verbal para lograr una concentración casi puramente descriptiva, es decir, fenomenológica. Se trata de un excelente poema hecho con elementos simples: diríamos, casi con nada. Causa el mismo efecto sorpresivo que produce cierta gran pintura cuando uno se acerca a ella y advierte la simpleza y la sustancia delicademente aérea de los trazos y el color.
Ocurre también en un poema como “Visitante”:

La señora
la bella señora de la ventana
está como encendida.
La señora aletea
esta mañana
contra el vidrio de la oscuridad:
una mariposa en celo.
Los ojos que la ven se extrañan
de sus cabellos al viento
porque todo está calmo
como su cuerpo desnudo,
sólo se mueven los ojos
que la ven
y lloran
porque la señora
está tan transparente
en la mañana
y hace daño.

Señalo además una característica- mejor sería decir un carácter- curiosa y a la vez notable: la mayor parte de los poemas de este libro están construídos sobre una sola frase y eses a ello –gracias a la justeza de las pausas que imponen los cortes de verso-
el conjunto no se nos presenta como una mera prosa desmenuzada sino como una construcción bien armada que no desdeña ni el ritmo ni la verticalidad. Veamos así:
“Límites”

Tierra virgen
esta muchacha me despierta
de noche
equivocada con buena voluntad
cual una madre
me despierta
y copia en mis ojos
la tristeza del mundo
como un desayuno con la gloria
dibuja una música
que se copia a mi lado
y yo
que he tenido un sueño
menos verdadero
que la alegría
repito con mi cuerpo una muchacha
centro del horizonte
donde la muerte
no tiene otro camino
que detenerse.

Dije al principio que había advertido en Liliana Lukin una desgarrada conciencia de nuestro tiempo. Es fácil verificarlo en estos poemas donde a menudo, en el marco de un alarde técnico no forzado y en medio de una aparente liviandad descriptiva, L.L. desliza un verso terrible, quiero decir, un verso que revela un terror, una pesadilla propia de la época.
De manera que L.L. aparece también como testigo incandescente de nuestro tiempo y, como poeta, expresando a esta generación de jóvenes apasionados, o sea, a jóvenes a quienes consume la pasión por ver y comprender.

Ahora bien, para expresar no basta la palabra en bruto sino la palabra poética, pues ésta es totalizadora y se introduce en la verdad cuando alcanza jerarquía artística.
La palabra poética de L.L. es genuina y estoy convencido de que tiene perennidad asegurada. Yo podría extenderme largamente analizando y desmenuzando estos poemas a manera de placentero ejercicio, embarcándome en un juego intelectual al que soy muy aficionado cada vez que me conmueve una poesía con carácter como ésta, nada convencional, sólida, crispada, de aguas profundas, carnal y espiritual simultáneamente, y que por volcarse íntegramente a la existencia, produce una impresión de organismo vivo que, a la vez, hace vivir.

Pero no es ésta la ocasión para tal análisis, por más entusiasta y ameno que éste sea. De manera que por el momento diré que, si acepté presentar este libro, fue porque consideré que contiene auténtica poesía y, al mismo tiempo, para saludar lo más públicamente posible la instalación decisiva, definitiva, vibrante y apasionada de Liliana Lukin en las primeras filas de nuestras letras contemporáneas.