Sobre su obra

De la carta personal a la autora

Por Juan Liscano. Caracas, 23 de agosto de 1993.

Recibo Cartas, apreciada Liliana Lukin y he leído sostenidamente, un día, dos, tres, esos admirables, por contrarios a la literatura, textos de pura intimidad despierta, lucidez de observarse sin tomar partido, de oír el cuerpo y el pensar, en su intercomunicación cotidiana. (…) La corriente escrita de sus cartas la leímos y vimos pasar en la secreta plenitud de lo propio y oculto. Muy importante observar sin escándalo verbal las “dos opciones: lo que soy o lo que espero”. Uno es eso. Sus cartas, coloquiales en su monólogo, dejan sentir el “existente” y el “esperante”, en lo que somos. El deseo no es sino carencia, mezclado con memorias falsas o reales. Usted prefiere observarse a cantarse. Esto último, en tono menor o mayor resulta “yoico” y no “existente” y ó “esperante”. Sus poemas me han interesado y convencido desde el primer libro que leí y veo que las Cartas tienen su antecedente o preludio en Carne de Tesoro. (…) admiro la manera como conjugó lo construido sabia-semánticamente (no en vano es docente) y lo hablado corriente con su sintaxis porteña.
El resultado es fascinante desde el punto de vista relativamente objetivo, del lenguaje. Su escritura…. “continare” formalmente, pienso en lo que llamaron la melodía contínua del Nagrev, tiene el don de revelarla en presente continuo y pasando como esos largos ríos de las llanuras que parecerían nunca acabar de pasar. Me convence su don de observarse a si misma en las divalencias que somos. He nadado en ese río de escritura fluyente que corre del pasado hacia su término. Su nostalgia de infancia y muchacha es constante.