Sobre su obra

Madre, vuelve a erigir la casa.

En Suplemento Bajo Palabra, Caracas, Venezuela, 12 de septiembre de 1993.
Por Juan Liscano

Entre Olga Orozco y Liliana Lukin median más de 30 años de distancia cronológica, lo cual, en relación con la calidad de la poesía, con la autenticidad de su contenido, no quiere decir nada, tanto más si se está ante poetas verdaderos, esos que atraviesan la duración guiados tan sólo por aquella, Virgilio o demonio del cuerpo. Desde que la crítica literaria se estableció como docencia, desde que los medios de comunicación imperaron sobre los lectores, se implantó, cada vez más tajantemente esa valoración absurda de la edad, de lo nuevo y lo viejo, con la presunción de que lo viejo pasó y lo nuevo es lo vigente. Esa distorsión forma parte del ciclo degenerativo en el que muere y se renovará una civilización que se redujo, tras miles de guerras y matanzas, a valorar las cosas y no los seres a menos que se vuelvan ídolos del espectáculo.
He leído y admiro la poesía de Olga Orozco y de Liliana Lukin. Responden a lo que son, en la duración de cada una. Olga nació en l92O y Liliana en 1951, la primera en un pueblo de La Pampa y la otra en Buenos Aires. El continente de la escritura difiere en cada una, no el contenido. ¿Hasta qué punto no es el contenido lo que determina al continente? ¿Cómo sería el vino vertido en una tetera? Según lo que se dice, se escribe. El estilo es el hombre. Viejo dicho secular. La forma de Olga es mágica, metafórica, suntuosa, navega en el misterio y lo busca, arrastra tras de sí el acontecimiento y la contingencia, y los transforma en intemporales, va siempre de la circunstancia hacia su sublimación o desmoronamiento. La escritura de Liliana Lukin, entrecortada, jadeante, circunloquial, laberíntica, la oculta y devela, es más reflexión que espejo, continuidad en el estar en el mundo con mínimas ordenaciones, lo confesional asume a la otra, interlocutora invisible que es ella misma, y arranca a la sintaxis trozos de vividez preciosa. Sorprende en cada recodo, en cada vuelta, en cada pasar quedándose en pasar, y manifiesta un ente observador más que esclarecedor, un estar atento a uno, para medio saber a qué atenerse. Pero lo más notable es la deliberada desconstrucción (Descomposición se llama uno de sus libros), lo cual explica este juicio de Gonzalo Rojas: «…una visión tan portentosa desde el desasimiento, como no había leído antes…»
¿Por qué junto a estas dos poetas (o poetisas, como se quiera)? En primer lugar por ganas de juntarlas. En segundo lugar, por la oposición formal. En tercer lugar, por el imperativo reiterado de ser hijas. La madre de la infancia está detrás de las dos en la despedida majestuosa y a la vez desgarrada de Olga, y en el fascinante y sabio decir escrito -tan porteño- de Lukin.

El poema de Olga Orozco «Les jeux sont faits» fue tomado del suplemento literario de La Nación, domingo 21 de febrero de 1993, y los poemas de Liliana Lukin “Semilla”, “Barrerla” y “Frutos” de su libro Carne de Tesoro (Buenos Aires, Sudamericana, 1990).