Sobre su obra

Voz de mujer

En Primer Plano, Suplemento Cultural del diario Página 12, 21-3-1993
Por Jorge Monteleone

Toda escritura es una carta de amor: la real-literatur, previene Deleuze en un epígrafe de este libro compuesto por cuarenta poemas-cartas. La carta de amor no existiría sin la ausencia. Lenguaje de la postergación y de la demora, hecho de ansiedad y abandono, en el anverso de la carta de amor hay un conjuro de la muerte: la palabra cubre, encubre el hueco dejado. Este vacío que se difiere es propicio para dejar su huella en la poesía de Liliana Lukin: “Algún poema tiene que haber, me dije: en lugar/ de una certeza siempre hay un poema/ y en lugar de un poema siempre estoy/ escribiendo cartas como un náufrago al revés/. Serie de incertidumbres: a la ausencia se superpone la indecisión pronominal, el espectro de un sujeto situado entre el yo y el tú. Ni uno ni otro definidamente: el yo no es pleno en la carta de amor, pues l tú es su única experiencia y su sola expectativa, pero el tú tampoco lo es, ya que allí sólo está aludido.
En estos poemas, el sujeto también oscila y siempre parece estar en el lugar equivocado, entre-dicho, nunca en reposo, tensado entre lo que es y lo que espera: “Sabrás sin duda que escribiré una carta/ esperarás de este vacío una escritura: cumplo sin más/ persistir en la infelicidad de estar perdida/ ser/ (en un lugar al sol) el hueco de unas letras ruidosas/ una voz como música atonal a mis alrededores ciegos”.
Voz de mujer, el enunciado de la carta de amor es femenino: siempre escribe ella –Barthes reconocía que el hombre se feminiza al escribirla –. Voz que abre el espacio de la confidencia y la reserva, habla apartada de la dicción masculina que legisla y manda. En la poesía de Lukin no sólo se explora esta voz, sino también su alteridad y su destino. Tres sujetos la sitúan: el yo-mujer, que enuncia; la destinataria –la mayoría de los poemas se inician “mi querida”–; el hombre, que demanda. Se lee: “Y ese hombre ahora ha pedido una carta: / yo le escribo ésta para vos donde está ausente”. El yo-mujer, sujeto del desasosiego, entre el deseo y la costumbre, resistente y extraña, se dirige a la que parece ser su doble, su otro yo, y el texto se vuelve circular y cómplice. A la vez, el hombre –obstáculo y querencia, cerco y deseo, olvido y necesidad –pide y atiende ese discurso sospechoso que lo busca pero que no se le dirige: “Ser el otro de nosotras es poca cosa/ y ellos siempre querrán ser una más”.
Como es obvio, estos poemas no son cartas, ni siquiera cartas de amor, pero con sabia delicadeza problematizan los términos de su retórica. Orientando hacia la lírica los rasgos extremos de la epístola amorosa –ausencia, indecisión pronominal, discurso femenino, alteridad –Liliana Lukin inscribe su escritura en el vacío con que se define negativamente a la mujer y desbarata los clisés culturales que la aluden. Carencia, hendidura, grieta, falta: “(en su falla lo femenino estalla)”. Poesía huérfana de anécdota, donde prevalecen los infinitivos y una austera música de la sintaxis, una ausencia de figuración que se funda en un modo de la vacuidad desde el cual se escribe. Ello recuerda vagamente una poética con rara descendencia: la “poesía del pensar” de Macedonio Fernández. Cartas prosigue la escritura iniciada en Carne de tesoro (1990) y se reúne con ese conjunto de textos que indagan desde la poesía lírica las voces del discurso femenino, acaso las más interesantes, por sus derivaciones, de la poesía argentina actual.