Sobre su obra

Sobre Cortar por lo sano.

En La Papirola, Revista de Literatura nº3, abril 1988, Buenos Aires.
Por Luís Bacigalupo

Allá por 1985, un prestigioso jurado otorga a Cortar por lo sano el primer premio de poesía Ediciones Culturales Argentinas. Merecida y “sana” distinción la de este libro, que a fines de 1987 –a buena hora (si es que las hay) –se edita. Si “veinte años no es nada”, menos aún lo son dos para un corpus que, al no acogerse a los oropeles de las modas, resiste inexpugnable los embates erosivos del tiempo.
En este libro –cuarto título de Liliana Lukin (Abracadabra, Ed. Plus Ultra, 1978. Malasartes, Ed. Galerna, 1981. Descomposición, Ed. De la Flor, 1986) –se pergeña un moroso itinerario que recorre el cuerpo y la plenitud de su ausencia. Itinerario que se trama en tres momentos: 1. “Caída del cuerpo”; 2. “Un cuerpo que se piensa donde ya no está”; 3. “Libro d e viajes para un cuerpo en fuga”.
El devenir del discurso y el decurso de la languidez del texto –no como deliberados recursos con que emitir fugaces resuellos, sino más bien como la liviandad de una materia, de una escritura que, por momentos flotante, no sometida, balbucea la completad de su narratividad –se despojan de la contundencia “eficaz” de los cotos referenciales. Fuera de toda continencia –sea cual fuere la acepción que al término quiera dársele –el texto es expelido a un espacio que recorta y perfila su cuerpo, esbozando así, con sutiles trazos, la fugacidad de su caída. Por momentos, suspenso en el vacío, ostenta el simulacro: cómo se recompone la imagen de un cuerpo y cómo su precipitación “el descendimiento ç/ una retórica del espacio/ para la caída de los cuerpos”. Aquí, como en toda escritura, se pone en jugo la imposibilidad de reconstruir el escenario de aquello que nunca fue. Ante esta imposibilidad (sobre), se construye el texto como única verdad, articulándose mediante el gesto que posa sobre la inestabilidad de una cuerda, la suma de todas las certezas. Maurice Blanchot decía que la poesía, entre otras cosas, es “un modo de imitar aquello que no se ha vivido” y lo que no se ha vivido, sea tal vez aquello que vive imitándose a sí mismo, sea tal vez eso que llamamos poesía.
Este texto excesivamente alquímico (transmutador de materias), por momentos escultórico, confiere peso y volumen a una escritura que finge una liviandad evanescente, un suspiro disipado. Todo apareamiento pareciera desprenderse y la recomposición de la unicidad resulta irrealizable: “había pronunciado palabras/ que tomaron/ cuerpo en otro paisaje/ y su sombra proyectaba en mí/ la posible memoria de estos día.” Así como el cuerpo da lugar a su ausencia, la palabra calla otorgando voz al silencio; de esta manera, el texto prefigurando el curso de una cadena discontinua de omisiones y sobrentendidos, se fisura. Todo en Cortar por lo sano es leído como incesante fuga a los márgenes borrosos de la memoria, el sueño y la muerte. El movimiento del verso suscita lo evocativo y rearma una historia que remite a la íntima y entrañable recapturación del yo, a los obsesivos trazos de la imagen sobre el espejo, como así también a una inflexión sobre una lectura orlada por el escarnio: la inmediatez histórica del cuerpo “otro”, los cuerpos, como objetos de los cuales la crueldad y el despojo se nutren. Cortar por lo sano advierte que el lenguaje opera sensible a la organicidad, que demanda su propia materia. Un silencioso trabajo de tamización de las partículas de una atmósfera que los conos de luz no sólo delatan sino que también enrarecen.
Vivimos sumidos en la equivocidad espectral de un sueño y en él: hombre, paisaje y discurso son meras grietas que filtran la liquidez del amor, la memoria, el tiempo, la infancia, el deseo. La muerte es la final “solución”, la mezcla inexorable de todos los fluidos.
Lukin hace de un lenguaje económico y reticente –que no escatima sensibilidad –una poética extática, una experiencia de desprendimiento donde lo “no vivido” se funde íntimamente con las huellas extratextuales, escamoteándolas, emitiendo así, un registro en que la profusión de voces se proyectan más allá y más acá de toda dilación, de todo tiempo, de cualquier apremio ocasional y/o premio editorial.
Allá por 1985, un prestigioso jurado otorga a Cortar por lo sano el primer premio de poesía Ediciones Culturales Argentinas. Merecida y “sana” distinción la de este libro, que a fines de 1987 –a buena hora (si es que las hay) –se edita. Si “veinte años no es nada”, menos aún lo son dos para un corpus que, al no acogerse a los oropeles de las modas, resiste inexpugnable los embates erosivos del tiempo.
En este libro –cuarto título de Liliana Lukin (Abracadabra, Ed. Plus Ultra, 1978. Malasartes, Ed. Galerna, 1981. Descomposición, Ed. De la Flor, 1986) –se pergeña un moroso itinerario que recorre el cuerpo y la plenitud de su ausencia. Itinerario que se trama en tres momentos: 1. “Caída del cuerpo”; 2. “Un cuerpo que se piensa donde ya no está”; 3. “Libro d e viajes para un cuerpo en fuga”.
El devenir del discurso y el decurso de la languidez del texto –no como deliberados recursos con que emitir fugaces resuellos, sino más bien como la liviandad de una materia, de una escritura que, por momentos flotante, no sometida, balbucea la completad de su narratividad –se despojan de la contundencia “eficaz” de los cotos referenciales. Fuera de toda continencia –sea cual fuere la acepción que al término quiera dársele –el texto es expelido a un espacio que recorta y perfila su cuerpo, esbozando así, con sutiles trazos, la fugacidad de su caída. Por momentos, suspenso en el vacío, ostenta el simulacro: cómo se recompone la imagen de un cuerpo y cómo su precipitación “el descendimiento ç/ una retórica del espacio/ para la caída de los cuerpos”. Aquí, como en toda escritura, se pone en jugo la imposibilidad de reconstruir el escenario de aquello que nunca fue. Ante esta imposibilidad (sobre), se construye el texto como única verdad, articulándose mediante el gesto que posa sobre la inestabilidad de una cuerda, la suma de todas las certezas. Maurice Blanchot decía que la poesía, entre otras cosas, es “un modo de imitar aquello que no se ha vivido” y lo que no se ha vivido, sea tal vez aquello que vive imitándose a sí mismo, sea tal vez eso que llamamos poesía.
Este texto excesivamente alquímico (transmutador de materias), por momentos escultórico, confiere peso y volumen a una escritura que finge una liviandad evanescente, un suspiro disipado. Todo apareamiento pareciera desprenderse y la recomposición de la unicidad resulta irrealizable: “había pronunciado palabras/ que tomaron/ cuerpo en otro paisaje/ y su sombra proyectaba en mí/ la posible memoria de estos día.” Así como el cuerpo da lugar a su ausencia, la palabra calla otorgando voz al silencio; de esta manera, el texto prefigurando el curso de una cadena discontinua de omisiones y sobrentendidos, se fisura. Todo en Cortar por lo sano es leído como incesante fuga a los márgenes borrosos de la memoria, el sueño y la muerte. El movimiento del verso suscita lo evocativo y rearma una historia que remite a la íntima y entrañable recapturación del yo, a los obsesivos trazos de la imagen sobre el espejo, como así también a una inflexión sobre una lectura orlada por el escarnio: la inmediatez histórica del cuerpo “otro”, los cuerpos, como objetos de los cuales la crueldad y el despojo se nutren. Cortar por lo sano advierte que el lenguaje opera sensible a la organicidad, que demanda su propia materia. Un silencioso trabajo de tamización de las partículas de una atmósfera que los conos de luz no sólo delatan sino que también enrarecen.
Vivimos sumidos en la equivocidad espectral de un sueño y en él: hombre, paisaje y discurso son meras grietas que filtran la liquidez del amor, la memoria, el tiempo, la infancia, el deseo. La muerte es la final “solución”, la mezcla inexorable de todos los fluidos.
Lukin hace de un lenguaje económico y reticente –que no escatima sensibilidad –una poética extática, una experiencia de desprendimiento donde lo “no vivido” se funde íntimamente con las huellas extratextuales, escamoteándolas, emitiendo así, un registro en que la profusión de voces se proyectan más allá y más acá de toda dilación, de todo tiempo, de cualquier apremio ocasional y/o premio editorial.