Entrevistas

La retórica como campo de batalla

Revista El Menú, 2002

por Marcelo Sierra

Desde Carne de tesoro tus libros funcionan casi como teoremas: presentan una hipótesis e intentan demostrarla. Como si tu poesía tendiese hacia una ecuación, una hipótesis geométrica y, por qué no, también filosófica. Cito de tu libro Las preguntas: «La filosofía es una sábana/ sobre la que me gustaría/ poseerte».

LL.: Diría que se trata de una escritura que se divierte con los límites de su propia constitución. Cartas, de 1992, hacía una pornografía del pensamiento, como se dijo, una radiografía, no de ”lo femenino“, sino de «lo mujer».

Siempre trato de llevar todo hasta sus últimas consecuencias. Por ejemplo, en Retórica erótica, mi libro inédito, entre el imaginario social y mi propio imaginario trato de construir una ética del cuerpo femenino, que aparece bajo una forma poética que exploro hasta el agotamiento.

—Sin embargo, en tus libros anteriores ese cuerpo no era tan evidente, ¿No era aún el «objetivo», el punto de miro, tal vez?

L.L.: Hasta Carne de tesoro, que se escribe entre 1983 y 1989, mi preocupación era los cuerpos ausentes: partes, restos, humores. El «ojo como máquina infernal» según Nicolás Rosa, quería ser testigo implacable de una realidad con demasiados cadáveres. Una mirada atormentada intentaba volverse atormentadora. Pero hay un momento en que se produce un deslizamiento entre los cuerpos públicos y los cuerpos privados y se dibuja el pasaje desde la Historia a una historia, más personal.

—En Retórica erótica, al usar como parte de cada poema fotografías de mujeres desnudas, eso privado, personal, ¿se fundiría con la Historia que decís haber abandonado como contendiente?

L.L.: Al usar fotos de postales pornográficas y artísticas, de los orígenes de la fotografía, en 1858, hasta 1930, elijo recorrer, sí, la Historia de un cuerpo de mujer, para pensar cómo fue vista por los hombres y proponer un modo de mirarse desde sí mismas. Sobre una «historia» del desnudo cuento una historia de amor, sobre todo, de su erotismo, con su apogeo y su decadencia. Trato de construir a partir de eso una ética. Porque pienso que el Cuerpo y la Palabra son la misma cosa, si escribo «dice dolor y no puede/ soportarlo / y amor dice/ y se le hace/ agua la boca» estoy proponiendo un modo de lo amoroso, que desde la ironía y el dolor, denuncia un estado de cosas.

—Hablás de ironía y dolor y yo recuerdo Cartas, ese libro de una retórica tan estricto (cada poema empieza con un «mi querida:» y respeta lo estructura epistolar) donde demostrás la falsa disyuntivo entre esas dos palabras.

L.L.: Nunca dejé de hablar del dolor, pero sin ironía se vuelve insoportable y además, insostenible a lo largo de años de ideas poéticas diferentes. La ironía, en Cartas, jugando con la confidencia y en Las preguntas jugando con el saber (imposible) que persigue toda escritura, es mi única máscara: una máscara transparente. Por eso, en Retórica erótica las fotos de mujeres desnudas, algunas con disfraces, otras sólo alhajadas, o insinuantes en sus poses, representan la ironía que no está en el texto. Esta vez, el texto dice, obscenamente. Todo. Es una apuesta a hablar del ser, siendo a la vez sujeto y objeto de la letra, porque soy lo que escribo.