Sobre su obra

De una carta personal a la autora

Por Marcelo Percia

En la solapa de tu libro los comentaristas no exageran: mujer-ojo, sus palabras que no llenan huecos, desollada tan a la intemperie.
Hay una diferencia entre los cuerpos y las fotografías de esos mismos cuerpos. No encuentro en tus imágenes desnudos sino miradas. No hacés intervenciones pedagógicas que orientan sobre cómo ver. Tu retórica no hace alarde de la dirección correcta. Son testimonios de un dialogo extraviado. Tus textos son desvíos por el cuerpo de una mujer para desvestir una mirada masculina. Tus mujeres se presentan desnudas. Saben su destino de sombras. Ellas hablan en un resto de luz que no les pertenece.
Las mujeres de tus textos abrigan miradas. A primera vista, parecen poseídas, presas, raptadas, por el ojo de otro. Pero esos cuerpos admiten, atesoran, invitan, llaman, prometen, esperan, alojan. Tus mujeres inventan el ojo que las mira. Inventan el deseo que las desea, la ternura que quieren que las quiera. Tal vez la mirada masculina sea un anhelo de mujer. Los ojos de un hombre, un universo sospechado para desmentir la soledad. La ilusión de que él ve algo. De que esos ojos se abren, se despiertan, se humedecen, se cierran, por una razón que perdura.
Tus poemas merodean un secreto: el hombre sólo existe cuando mira a una mujer, ellas crean, hacen que sus cuerpos vivan por esa mirada. ¿Cuerpos sacrificiales de esa imprecisa existencia masculina?

Tu libro es una suave pregunta sobre el ausente: él llega, él se acerca, él no cree, él aprecia, él desviste, él la vuelve de lado, él la desea, él se siente provocado, él se emociona, él se excita, él no está. El presume de mirar, pero es ella quien lo piensa.
El hombre: ¿una criatura pensada por la mujer a la que mira? Respondo con tus ideas: él se sabe hombre cuando es tomado por ella. El habla, pero es ella quien está en su boca. El cree que la posee, pero no sabe ver que le pertenece.
¿El cuerpo desnudo de una mujer como provocación primera? Me permito la lukin ecuación: lo femenino como mirada segunda, pero cuerpo primero; lo masculino como mirada primera, pero cuerpo segundo.

Vuelvo a citar, entonces, ese hallazgo que pertenece a Klossowski: “Ciertamente, cuando Diana invisible observa cómo Acteón se la imagina, piensa en su propio cuerpo, pero ese cuerpo en el que va a minifestarse a sí misma lo toma de la imaginación de Acteón”. Quiero decir que tus textos imaginan, ahora, las vacilaciones de Acteón, sus miedos, sus torpezas, sus olvidos, la presencia de una mirada a través de la que revela su inexistencia.
Me doy el gusto de transcribir este texto: “Ella le dice: no retrocedas de mí, y él / contesta, desde más lejos, que no se ha / movido…”
Leo tu libro como un aprendizaje del cuerpo femenino. Descubro collares, pulseras (“esa frontera hacia la fuga del cuerpo”), el pulso de un encuentro que no llega (“la desesperación está en los pliegues de la tela”), el misterio de una siendo entrada (“habrá fuerzas que revelen, del fondo, su precipitación”), la demora del balanceo (“hamaca el deseo de posar el pie en su espalda”).
En la soledad de cada desnudo se narra una espera, un encuentro que fue, ansias de lo otro. Los cuerpos femeninos no se ofrecen para ser vistos. Se ofrecen para hacer una discontinuidad, una ausencia, un vació: “Lo que hace diferencia entre nosotros y el mundo, y nosotros, solos del mundo, es el cuerpo, dice”.

Tus criaturas están despiertas incluso cuando duermen. El aliento amoroso de tus mujeres conoce el dolor, el abandono de las promesas, el desconsuelo. Para terminar una cita de un texto tuyo que me acercó el azar: “mi querida: …ser el otro de nosotras es poca cosa…”
Un fuerte abrazo para vos, para todas ellas