Sobre su obra

Cárcel de amor

En Revista de Letras, nº 3, Facultad de Humanidad,
Universidad Nacional de Rosario, 1994.
Por Nicolás Rosa

(…) Liliana Lukin escribe cartas, cartas entre mujeres: el entre es la intimidad absoluta. El estar entre hombres es una intimidad pública: el oxímoron se sostiene por obra del discurso: el entrediscurso de los hombres es la palabra pública, aquella que rehuye de la endogamización del discurso que vuelve sobre sí mismo, la entretela, el doble forro, que desorganiza la relación para-semiótica entre exterior e interior: el derecho y el revés de la palabra.
El estar entre mujeres es doble: los hombres entre mujeres se feminizan (“ser el otro de nosotras es poca cosa/ y ellos siempre querrán ser una más”) por potenciar su varonía, mientras que el estar entre mujeres de las mujeres potencia su femeneidad hasta el grado último que desacierta el paradigma: la varuna engendra la mujer absoluta más allá de los géneros y más acá de las especies. Las cartas entre mujeres es como decir la destitución de la paridad incierta de los interlocutores. Los hombres entre mujeres se sofocan. Las mujeres entre mujeres alcanzan su substancialidad y reniegan del discurso: apenas un tartamudeo, un tartajeo, un balbuceo, el “¿no es cierto?”, el ¿no te parece?, el sostenido de una infraconversación que vienen desde lejos y desde siempre (“el murmullo de palomas que cambiamos”). Las mujeres que se hablan, que se susurran, no por enigmáticas sino porque el habla queda abandonada a una cierta divagación, a un desvío, a una deriva que al intensificar la confidencialidad acerca la oreja a la boca y por lo tanto abomina de la palabra exaltada.
Las cartas entre mujeres, entre las mujeres (“¿qué sería de nosotras sin nosotras?”) deshacen la referencia discursiva, e incluso la interferencia de la correspondencia misma, pues descansan sobre un sobreentendido ancestral: “en su falla lo femenino estalla”, dice Lukin.
Las cartas entre mujeres como las que escribe Liliana Lukin, empapadas de la consustancial falsía del discurso, comportan el cumplimiento de la metáfora- la metáfora ha sido desde siempre la lengua del amor, la argucia amorosa, mientras que la sinécdoque es un ardid del disimulo-: intentar mostrar la paciente consecución de un logro: la quietud y la ciencia del reposo (…).