Sobre su obra

Seguir el hilo. (Presentación del libro)

En Revista Espacios nº 25, UBA, 1999
Por Silvio Mattoni

Si Giorgio Agamben pudo decir que lo único que diferenciaba al verso de la prosa era ese punto arbitrario donde se produce el encabalgamiento, si sólo esa no coincidencia entre el sonido y el sentido, entre un límite rítmico y un límite sintáctico, puede inducir a la particular agitación del verso, a su inmovilidad también, entonces todo sistema formal, todo hallazgo en el orden del tono, de la cantidad de materia en cada verso, de las interrupciones del sentido, sería una versificación elevada a la potencia de ese hallazgo. Liliana Lukin hace pues un libro de preguntas, donde a la insistencia de los versos, al vacío creado en la sintaxis por cada cuerpo asomado al sentido del siguiente y defendido sin embargo en su integridad absoluta por el blanco que lo termina, se añade el tono de la interrogación. Es el otro tono de nuestro idioma, hasta el punto de que nos toca su lectura continua como si algo desconocido y deseado se apoyara en nuestros hombros, incluso mucho más que la segunda persona. No se puede dejar de responder a las preguntas; al escuchar el tono interrogativo en un lugar cualquiera, de inmediato nos damos vuelta. Pero no es un pedido, ni el sí ni el no, ninguna de las dos formas lógicas de la respuesta pueden caber en el blanco que ceden a mi ocasional pensamiento las preguntas de Lukin. Podríamos decir también que la nota aguda de la pregunta atenúa la pequeña catástrofe que hay siempre en el final de cada poema, porque esa última línea, sin encabalgamiento posible, se vuelve prosa.
Es sabido, aunque casi siempre lo olvidemos, que verso, versus, quiere decir hacia atrás, y prosa, proversus, quiere decir hacia adelante. Al final de cada poema, el verso intenta detenernos en su propio ritmo, devolvernos a su principio, mientras que el sentido, la prosa del sentido que como un hilo rojo recorre la vela blanca del poema, nos impulsa a seguir, pero al ceder a ese impulso el verso ya se nos escapa, nada nos sostiene, y caemos al abismo que inútilmente intentaremos colmar leyendo de nuevo todo el poema.
¿Y cuál sería entonces ese hilo, que sin embargo anhelamos seguir a lo largo de todo el libro de Liliana Lukin? ¿Qué hilo leemos, yendo y viniendo, verso y antiverso, tejido ocultado y revelado por esas agujas en forma de hoz que abren y cierran cada interrogación? Me gustaría llamarlo hoy, aquí, el hilo del deseo.
Hay un lied de Schubert que se llama, creo, «Margarita en la máquina de coser», ya ven que actualizo un poco el título, donde se dice que el músico compuso una especie de ronroneo para imitar el sonido de la rueda de la máquina. Progresivamente, la voz que acompaña el hilo se eleva, encabalgada en su dolor, podríamos decir. La costurera, o la tejedora, está como petrificada en su destreza, puesto que aun en el llanto no abandona su tarea. Pero al mismo tiempo las palabras, su propia voz acompañada por el ritmo insistente de la rueda, la van calmando. Si el tiempo del hilado o del tejido sirve para pensar en los dolores más fuertes, es también el tiempo de las palabras, de las frases como bálsamos, «¿qué hacer sino escribir?», pregunta Lukin. ¿Qué hacer si no seguir tejiendo ese hilo que va bordando el dolor sin que lo sepamos? Pero si pretendemos de pronto atrapar el sentido del poema, ¿no caeremos abatidos como los pretendientes de Penélope? Porque algo también se desarticula allí, a la sombra de las respuestas imposibles que me asedian leyendo estas preguntas. Leo: «como la luna blanca de una / luz que no le pertenece destinada / a emanaciones de luz sonora / me consumo». Consunción de una espera que no quiere lo que el presente muestra, esa ausencia entre el sonido y la furia de una indeseable cortesía, sino aquella presencia cuya fuerza, cuyas flechas brillantes y perfectas pero también transparentes y amables como el agua, alguna vez se sintieron, clavadas para lavar esa manzana bíblica que Lukin me recuerda, con la debida ironía que también debe cubrir lo que ahora escuchan. ¿Y acaso la hilandera no puede tensar su hilo como un arco, enviar hacia algún sitio que leeremos las flechas de su deseo en las palabras? Signos de pregunta como pequeños arcos, o como la hilera de hoces que esperan la fuerza del único que podría tensar la cuerda y dar en el blanco.