TEATRO DE OPERACIONES

ANATOMÍA Y LITERATURA

Ediciones en Danza, Buenos Aires,
Argentina, 2007

Primera parte

Campo quirúrgico

1
La sierra eléctrica trabaja
sobre los troncos peligrosos.
Mi estancia entre los pinos
se ha vuelto literaria:
en la trepidación del sonido
contra el cual despegar
mi escena de escritura,
escribo con temor y temblor.
Haber leído el testamento
de Rilke, esas cartas urgentes,
cuando no había en mí urgencia
ni pinos, no mejora este momento.
Pero la memoria de una sierra
mortificando al poeta cada día,
hace de estos árboles cayendo
sobre mi cabeza, otro peligro:
soñar sólo con maderos,
no soñar más que ruidos
en un sueño sin gente.
El aire blanco de la quemazón
es un himno entonado suavemente
que se levanta de los muñones
incrustados bajo tierra,
aún cuando todo ya ha cesado
como en el paisaje después
de una batalla.

Mi estancia aquí en la niebla,
entre el deseo y la voluntad,
es una prueba de resistencia,
un trato con la vigilia
en el que llevo las de perder.

2
Me acompañan todas
las noches de escritura
como fuegos fatuos
esos rescoldos quemando al ras
la memoria de los altos follajes.
Los veo –se ven- aquí y allá casi
cinematográficos: contrastes,
brillos, reflejos, movimientos
en el lugar del asesinato.
Pequeños incendios circulares
que penetran en el barro
alrededor de esa amputación.
Harán listones, tablas, leña,
un futuro de utilidad
para el árbol caído.
Pero yo he visto: el lazo atándolos,
el lento trabajo de los dientes,
el momento crucial
en que se desploman
como toros en la estocada,
entre los gritos y la fuerza
de los hombres.

Y quedan los grillos del crepitar:
lo que se quema no duerme.

3
El humo viene a mí, se estrella
contra la ventana, se hace menos
espeso sobre los techos,
focos nuevos arden
grisados detrás de los árboles,
tapando un cielo de mica
que apenas roza el suelo
se golpea con el humo.
Estoy alerta en un sueño
con hombrecitos lejanos que operan
máquinas sobre las frondas, el musgo,
la densa capa de hojaldre de lo vivo.

Ellos tienen algo de lo que hacen:
astillados, indiferentes a su propia
quemazón.

20
¿Qué se me ha perdido aquí,
qué vengo a buscar, qué
tengo yo que hacer aquí,
otra vez aquí, aquí
donde cubierta por lo removido
se ve la huella del desgarro,
esos pedazos de árbol que estrangulan
la imagen de su propia fronda?

La honda descomposición de
lo que miro anuda en mí,
que pongo migas de pan para
los pájaros y endulzo el agua
que bebe el colibrí,
como si repitiera una canción, como
si devolviera a la casa que me hospeda
la felicidad de estar perdida en lo que escribo.

Por cada acto dos poemas futuros:
alcanzar una taza de té, prender
un fuego que no sea el de la escena,
servir un plato y colgar visillos
en algún cristal, para que velen,
para que esfumen las raíces a la vista,
tal es la ofrenda
por la palabra que consigo cavar.

Cada felicidad me lleva
a interrumpirla, oh goce:
y como los frutos silvestres que mejoran
sufriendo con la helada, el desconsuelo
de estar aquí se me convierte
en el placer de estar a punto, ya madura
en lo perdido, y de saber, tener habido,
eso que en mí vine a encontrar.

Segunda parte

Ingeniería natural

Volcada como
una copa goteás
tu dolor hacia adentro.
Sísifo del lenguaje,
lo que perfora no es
la insistencia del gotear,
sino una voluntad no reconocida
puesta en la gota: líquido veneno
y no elixir, lo líquido de los
acontecimientos vuelto veneno,
pasivo, quemante, adormecedor.
La trampa de un drama dado a beber
en una copa donde no hay
ni borra ni dulzura.
Lo que goteás deberías dejarlo
caer.

16
Acostarse, abandonar,
renunciar a la vigilia, desnudar
la cabeza de esa familia
de palabras: recostar
el alma que pesa.

Sobre su centro de gravedad
reposará ese miedo de perder
el control de los ecos del día,
de no ser
imprescindible en ningún rol.

Cerrar el ojo y el ojo: dejar
el deseo sin cerrar,
amar el cuerpo tendido
como se ama el sentido del soñar:
reposar, reposar,

como un guerrero que odia las guerras,
como la perra que amamanta a su cría,
dejar esa ‘pasión demencial’
por estar de pie y atenta olfateando ideas,
aprender la lenta disciplina de renunciar.

17
De amargas inquietudes
y del aceite de las
aproximaciones se componen
en parte mis quebrantos:
la resbaladiza persecución
de le mot just,
cantar la justa y sus
vinculaciones: ajustar
cuentas, nada de estar cerca
sino haber llegado,
jamás el manto podrido
del olvido, todo hace
un destilado que yo canto:
quebrantos, duelos y quebrantos,
eso son ahora mis virtudes.

18
No hay alivio para mí:
líquidos sinoviales ausentes
y cervicales en franca rebelión,
la alteración de lo visible en sí,
la esclerosis de las
profundidades…
Pero no son
la parte del león
de mi fortuna: cada una
de esas fallas es el precio,
la libra de carne con que pago
la energía,
el deseo y el ardor.
Todo se convierte en otro oro:
alquimia del verbo
que, encarnado,
en pura presencia me ha dejado:
escritura, amores, impaciencia,
dolores como ausencia
del Dolor.

20
Este comportamiento adictivo
con la ficción, el abuso
de consumo de escrituras
y la lectura como panacea son
sólo sal en la herida
de la calcinación muscular.

Y la pasión enfermiza por vagar
entre papeles, debajo de
los radiadores de silencio,
sólo produce éxtasis, atención excesiva del iris
por la música de la letra,
agotamiento y un placer que insiste.

Me tiendo en el lecho de Procusto
de esta realidad, desvestida de todo,
con el libro en la mano que resiste.