Entrevistas

Yo soy mi cuerpo

Revista La Pecera N° 2, 2001

por Javier Aduriz

Lukin nació en Banfield, provincia de Buenos Aires. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Publicó Abracadabra (Plus Ultra, 1978), Malasartes (Galerna, 1981), Descomposición (De la Flor, 198ó), Cortar por lo sano (Ediciones Culturales Argentinas, l987), Carne de tesoro (Sudamericana 1990), Cartas (De la Flor, 1992), Construcción comparativa (plaqueta, Ediciones Delanada, 1998) y Las preguntas (De la Flor, 1998).

Autorretrato
La escritura en mí marca las pasiones hobbies y preferencias de coleccionista. Toda la cuestión de papeles, plumas caligráficas, libros de fotografías antiguas, colecciones de fotos que voy armando con herencias familiares y búsquedas de feria… También, la pasión por las muñecas. Supongo que tiene que ver, en algún punto, con un hilo que lleva a la infancia,… a la pluma cucharita. Se me ocurre ahora que ella me marcó… Y armo mis propios papeles de carta con figuras, viñetas. Guardo las figuritas de brillantes para mis hijos, piedritas de colores, como los indios… Y libros, libros. Distintas ediciones, inhallables. Muero por conseguir libros que no hay aquí y no hay allá; que por ahí encuentro en una solapa, en un catálogo, en una edición española y rastreo, y me los hago mandar… Una pasión con algo de obsesividad, que definitivamente tiene que ver con la Biblioteca, con el concepto mismo de Biblioteca como ordenador, como lugar de acumulación, un reservorio de la memoria adonde acudir a la búsqueda de aquella frase o aquella imagen Lo que tiene que estar siempre en algún lugar a la mano y no en la computadora, sino en algún estante, o en alguna caja, o algún cajón, o en alguna estantería visible y adornada o como adorno. Supongo que eso… Y la danza. La danza así, como se entienda… Yo bailo, no soy bailarina.

Generación del 70, lo que supe para siempre
No me gusta pensar el tema de las generaciones dado que es una polémica ya tan discutida y tan leída, por el riesgo de repetir conceptos. Algo que además no trabajé desde un punto de vista teórico y son intuiciones. Así que no quisiera opinar sobre la existencia o no de generaciones. Me reconozco habiendo aprendido, en esa época, todo lo que supe para siempre. Me reconozco marcada por la lectura emocionada de Vallejo, corolario de la lectura de todos los poetas revolucionarios latinoamericanos y «comprometidos”, aunque él fue el único que me conmovió cuando ya había dejado de conmoverme la poesía «social”. Del mismo modo, después pasé a Gelman y lo empecé a compartir con Vallejo y superpuse a Alejandra Pizarnik. Sería como la trilogía. Me reconozco ahí, haciendo mi escritura – la primera “cosa” que me animé a publicar – con retazos de todo eso. También en algo que solía llamar mi diálogo con la Historia, con mayúscula, donde tenía claro que trataba de reescribir y de encontrar una forma diferente para esas cuestiones de las que estábamos todos tan impregnados y que yo, particularmente, sentía como un destino.La pregunta era cómo hacerlo después de haber leído a Vallejo y a Gelman. Todavía no avía leído, por supuesto, a Paul Celan. Todavía no había leído a Edmond Jabes. Todavía no había leído la filosofía que me marcó en los 80/90, digamos.Para diferenciarlos de alguna manera, para mí los 80 son Saer. Es decir, paso de la deuda con la poesía a la deuda con la narrativa. Saer, Barthes y un principio de Foucault. Y el aprendizaje de cómo pensar leyendo sicoanálisis, leyendo la poesía y la narrativa desde un concepto lacaniano, freudiano pasados por la filosofía. Los 90, en cambio, para mí son Benjamin,Karl Krauss y ahí sí, Paul Celan, Rene Char, Marina Tsvietáieva, Rilke curiosamente… No porque no lo hubiera leído antes (“Los cuadernos de Malte Laurids Brigge”), sino porque me empieza a interesar la relación con Marina Tsvietáieva; el tema de las cartas de amor. Es una de las cuestiones que decide mi vida de coleccionista de libros. Y eso después de haber escrito los poemas de Cartas, por ejemplo, que se publica en el’92. Y finalmente, la literatura epistolar y la lectura de John Berger, Klossowski y todo Thomas Bernhard: un festín.

Hacia otro lado
Yo no siento que tenga una formación académica. Justamente me ocupé de una manera más o menos consciente de no encajar. Mi vida entera ha sido de alguna manera un recorrido que no encaja en los moldes. Lo digo más allá de calificaciones, en el sentido de que no importa si esto es bueno o es malo para la vida… para la escritura es lo que es. Cuando terminé la carrera de Letras, donde tuve la suerte de agarrar el período del 73, sólo esa época me dio ya los elementos teóricos para una ruptura con la escritura que venía haciendo antes y con el interés de lecturas que tenía hasta ese momento. Que eran, no más clásicas, en el sentido de las literaturas clásicas, sino más clásicas en el sentido de las lecturas de una época nuestra: lo que se leía en la facultad y lo que se leía por las relaciones personales. En el 73, con las Iberoamericanas, Teoría literaria y el ingreso a la Universidad del estructuralismo, la crítica marxista, el sicoanálisis… ya está, lo dije todo. A partir de ahí una lista de textos, a los que podías o no acceder, pero parece me abrieron un campo que me permitió irme hacia otro lado. De hecho, cuando terminé la carrera, en lugar de trabajar hacia la lingüística o hacia la critica o hacia la teoría literaria, con gente que estaba dando posgrados, yo me dediqué a escribir y después me metí en un grupo de estudio con Oscar Traversa, donde había gente de Historia del Arte, sociólogos, algunos compañeros de Letras y donde trabajábamos una especie de introducción al pensamiento semiótico, leyendo todo aquello de lo que te hablé antes. Entonces, esa es de algún modo mi más fuerte formación académica. Después, hice dos seminarios de posgrado que también me marcaron mucho. Uno, con Josefina Ludmer y otro con Nicolás Rosa, que me abrieron el campo teórico que terminé usando o que ya usaba y que acabó por alimentar un modo de escribir. Supongo que la importancia del tema del cuerpo aparece ya totalmente definida en esa época.

Mala conciencia
Creo que se vincula con esto que dije. ¿Dónde dije que estuve? ¿Mal ubicada? ¿Al sesgo? ¿Fuera de lugar? Tal vez son las formas espaciales de una mala conciencia, en el sentido de lo políticamente incorrecto. Creo que lo políticamente incorrecto es lo que políticamente me interesa. No creo en lo políticamente correcto. Creo que si hay una búsqueda de cierta verdad, que está más atrás de lo que ideológicamente se construye desde el poder, siempre es “impolíticamente” incorrecto.

Surreal
A mí no se me hubiera ocurrido inscribirme bajo ese nombre. Si tomamos al pie de la letra y hacemos un juego con tu adscripción a mí y a mi escritura: “sur real», yo diría que mi esfuerzo es consciente, porque hay obviamente un trabajo de elección permanente. Ya no podemos hablar,… creo que no hay nada a esta altura de la construcción de un discurso que sea inconsciente, en el sentido de que uno construye todo antes. Se escribe lo que ya estaba, en uno, escrito, y eso de una manera absolutamente elaborada.Creo que hay un trabajo donde la búsqueda se puede ejercer sobre el papel y en la torsión de las palabras y las frases, que está trazando algo que yo ya sé qué es, aunque no lo explicite y aunque el trabajo sea justamente borrar lo explícito. Entonces, bueno, a mí me encanta esto de surealista, porque si hay algo que me encanta trabajar es “lo real», sobre lo real, teniendo en cuenta que trato de destruir siempre un imaginario, que es el imaginario que hay en mi sobre mi propia escritura; y sobre los conceptos de escritura femenina, y también lo que hay en el imaginario social sobre eso. Lo tengo consciente y lo trato de romper cuando escribo. Siempre trato de apuntar a una escritura de “lo mujer» como decía en algún lado, para irrumpir sobre lo real de “lo femenino». Y ese movimiento es, además, el del diálogo con la Historia, con mayúscula, hacia algo que aparece cuando comienzo a trabajar con los cuerpos privados: empieza un diálogo con la historia, con minúscula. Después del trabajo con los cadáveres, con las madres, con los cuerpos de los desaparecidos, con los cuerpos de los muertos en Malvinas, con los cuerpos de la Historia nuestra, es como si me hubiera deslizado, como si la maternidad – también en mi historia personal – me hubiera deslizado a una mirada hacia otras zonas de lo ideológico, del modo de estar en el mundo, que es esta cosa más intimista, más personal, más comprometida con el ser individual que, bueno, es siempre más universal.

Poesía hoy
Creo que estamos en un momento de enorme vitalidad y tristeza. Estoy escuchando y leyendo por aquí, por allá y por todas partes voces que me resultan muy interesantes, así como también la absoluta repetición de lo mismo En los conocidos y en los nuevos. Pero esto fue así siempre. Lo que sí puedo decirte es que detecté, y me impresionó un poco, como un nuevo diálogo con la Historia marcado por las voces muy nuevas que en algún punto me hace sentir fuera de la Historia. Si a mí me importa, y claro que me importa, cómo los jóvenes pueden leer lo que uno hace… este es un punto de la historia de mi escritura que me empieza a preocupar mucho: sentir que los jóvenes están haciendo lo que nosotros hacíamos en los 70, pero sin habernos leído. Este me parece un corte dramático. Nosotros no podíamos compartir nunca una mesa con aquellos que leíamos, por una cuestión política. Pero eran las lecturas que sí obligadamente hacíamos, las necesitábamos y de ahí partíamos. Ellos, en cambio, comparten mesas de lectura con nosotros y no sólo no les importa lo que hacemos: no nos leen, y no escriben, entonces, ni nutridos, ni rozados siquiera por lo que hicimos o pensamos durante tanto tiempo.Me parece un fenómeno que me hizo perder un poco de pie. Empecé a sentir que tal vez la escritura que tengo que hacer tiene que volver hacia atrás, a sentir que esta búsqueda que yo siento muy expuesta y muy política, y muy vinculada con riesgos personales, y que es la misma del siglo XIX (no soy una mujer del siglo XXI, soy una mujer del siglo XIX que vive los problemas del siglo XXI, que son los problemas del siglo XIX para las mujeres), no es reconocida así. Creo que los escritores jóvenes, (las escritoras jóvenes) tienen una iconografía, un sistema de objetos y valores del siglo XXI en un mundo en el que no registran los problemas del siglo XIX, como si para ellos no existieran. Creo que no se dan cuenta de que ese mundo los sigue marcando, es un real que pasan por encima. Y me preocupa, porque quisiera producir una escritura que incida en la escritura de los que nos deberían leer.

Cuestión de la forma
Estoy segura que sabés, porque la cita la sacaste de un libro del año 81, (La irregularidad, lo inesperado, la sorpresa, lo asombroso, constituye una parte esencial y característica de la belleza Ch. Baudelaire) que toda mi escritura se deslizó hacia otra manera de concebir lo bello. De hecho, el libro inédito retórica erótica, con fotografías de mujeres desnudas que van de 1858 a 1930, instala un concepto de belleza que al ser absoluta y literalmente iconográfico, obliga. En un sentido, es como una cita de lo que es la belleza. Después, está la escritura de esos textos, donde creo que justamente dejo de buscar para siempre la belleza en lo inesperado y empiezo – o por lo menos termino de lograr – que la belleza esté en el concepto y en el ritmo. Creo que la forma es eso. Más que nunca, como decía Gerald Manley Hopkins, el nunca bien ponderado de 1800: “el sonido es un eco del sentido». A eso uno llega tarde siempre, pero llega. Por lo menos es la escritura que a mi me interesa hacer y descubro que, en todo lo que me interesa leer, está esa belleza. Cada vez soy mas musical, el ritmo está mas presente en todo lo que escribo. Y cada vez escribo cosas menos bellas en sí mismas, salvo que sean la torsión de un concepto. Porque el trabajo es ese: cómo lograr un concepto que se pueda decir, que sea fuerte, duro, inteligente y que calcine una neurona o un prejuicio o alguna metáfora vieja y que la vuelva a instalar nueva,… pero que además se escuche bien.

El territorio
Voy a tomar tu pregunta para cambiártela. No es un “desde dónde”, sino un “hacia dónde». El desde dónde está dado por quien soy. Eso, más claro que nunca, es mi cuerpo como unidad absoluta de sentido. Yo soy mi cuerpo. Me cito, de una línea de retórica erótica: «Dice dolor/ y no puede soportarlo/ y amor dice y se le hace/ agua la boca». Un recorrido. Una carne marcada de una determinada manera y una letra que elige escribirse manuscrita, con tinta que se escurre y, para cerrarlo con una frase hecha, con sangre. Pero también por aquello, probablemente, de que la-letra-con-sangre-entra (esto es una ironía, por supuesto.) Pero sí, hay todo un juego que yo pongo en escena, que es este yo soy mi cuerpo. Y eso es lo que escribo.

Erotismo
Es que yo no escribo si no lo hago… Bueno, mi propuesta es cómo se habla de eso de otra manera. Con ironía, con mordacidad y con una comprensión o con un intento de comprensión del Asunto, que pretendo decir de una manera que no fue dicha, o que yo no he leído hasta ahora. Si no, no lo haría. Apunto a que la llegada, eso que se lee, o el resultado, sea alguna clase de verdad. Si es una verdad para mí, es porque creo que no lo he leído.De todos modos, ya estoy trabajando en otra cosa. Así como este libro se llama retórica erótica, el próximo se llama retórica herética y, tal vez, ese es el chiste. Si hay una sospecha mínima de que el trabajo de retórica entraña un gesto antiguo y no se percibe del todo lo “oblicuo” que puede haber detrás, además del intento de una nueva forma de la belleza, ¿no?, que siempre está; si hubiera una duda. la retórica herética intentará laburar eso desde un lugar más expuesto, más ideológico, más todavía políticamente incorrecto, incluso sardónico. No sé si lo logro, nunca lo sabemos, pero esa es mi apuesta.