Sobre su obra

Las razones del secreto

En diario El Cronista, Suplemento Cultural , 1993.
Por Delfina Muschietti

Liliana Lukin llega a estas Cartas como una clara continuación de su libro anterior (Carne de tesoro, 1990). Si en este se daba una reflexión de sí en el marco de las relaciones familiares (personales, literarias), las Cartas se abren a un discurso poético cada vez más autónomo, en una polémica sesgada con una larga tradición: la del género carta de amor y su estrecha vinculación cultural con el género mujer.
El epígrafe inaugural de Rilke sirve de marco condensador de lo que el libro despliega: es su programa. La que escribe se identifica y a la vez se separa de esas amantes «inauditas» de las que habla Rilke y sigue al pie de la letra el pasaje que éste sugiere: una transformación cultural de esa tradición «de siglos». Ahora el interlocutor y el destinatario de las quejas y las demandas amorosas ya no es el amante (el único incapaz o imposibilitado de recibirlas): aquí el escucha de la carta es otra ella («mi querida») donde se intuyen otras formas de amor. La meditación sobre el deseo y el amor acuciantes, el discurrir silencioso de lo doméstico, la separación entre maternidad y crecimiento individual tejen una trama en el que este pensamiento sobre sí construye a la vez un recorte y una continuidad. La que escribe hila en estas cartas su historia amorosa: ahora se trata de amantes con los que una mujer se relaciona en un movimiento pendular que va de sí al otro, en el que ella se pierde y se recupera (como el Marcel de Proust). «cuando él pone su mano en mi costado pierdo/la paz de estar sola». Y elige para comentarse, para escribirse el amor de la amiga, con quien traba lazos de complicidad, de reconocimiento, a la que vuelve después del amor con el hombre para estar sola y con la otra: «y ese hombre ahora ha pedido una carta:/ yo le escribo ésta para vos donde está ausente». De esta manera, la trama de la carta de amor se transforma en un circuito desplazado: el amante ya no es el interlocutor sino el ausente representado en una escena que lo toma, lo deja y lo vuelve a colocar, sin rostro, en la escritura de una mujer a otra mujer: allí se debaten posiciones y alianzas, formas de enfrentarse con el mundo y con las palabras: «una es una mujer dirán/que no tiene perdón de dios/una es mi querida una huérfana/una madre es de las que gozan». En este sentido, el libro de Liliana Lukin desconstruye un modelo de mujer-amante y construye otro, la de la mujer atenta al ir y venir de su deseo («estar ahora sola es para mí/ una sorpresa que me tenía preparada») y a las razones de su propio secreto («mi querida: este hombre sólo quiere sacarme de mí»). La tradición se revierte: las formas de la espera, por ejemplo, y del gozo se vuelven fragmentos discontinuos de una experiencia de sí; y la solidaridad con la que la cultura une la figura de la mujer con el amor adquiere en estas cartas una posición diferente. El amor, «esa comisa», es límite y es fluido por donde la mujer pasa y se detiene para volver luego a sí en un movimiento de dones. La interlocutora es otra mujer, y en ese murmullo de reconocimiento, las Cartas de Liliana Lukin abren camino. Allí donde escuchamos voces antiguas del género, estas llegan transformándose; y el aire clásico de algunos versos, que recuperan a Sor Juana o a los místicos españoles, vuelve aun más claro el fantasma que se despacha.