Sobre su obra

Estética de la necesidad

En Suplemento Literario del diario La Nación, 18-7-1999
Por Jorge Monteleone

En su anterior libro Cartas (1992), Liliana Lukin compuso sus poemas desde el modelo que ofrecía la epístola amorosa, poro lo sometía a una irónica crítica respecto de los clisés culturales cristalizados sobre “lo femenino”. Las preguntas, su último libro de poemas, continúa esa tendencia en varios rasgos. En primer lugar, Lukin sitúa todos los poemas del libro en relación con una definida actitud enunciativa: antes la carta, ahora la pregunta. “¿Si yo pregunto sabré?/// Pregunto como quien dispara una flecha/ al corazón de la manzana: para clavar el corazón”, comienza el libro. Así, todos los poemas están compuestos como una serie de preguntas que, una tras otra, vuelven complejo el universo conceptual que modulan. En segundo lugar, la autora establece una cierta relación comunicacional desde una voz femenina: como la carta, estas preguntas presuponen un destinatario, una segunda persona que prevé una respuesta, un diálogo en ciernes o siquiera una expectación absorta. A veces, esa segunda persona es una figura masculina, otras es un doble de la voz lírica; siempre, en la dimensión más abierta del poema, es el lector. En tercer lugar, los poemas desbaratan ciertas nociones demasiado arraigadas: si en Cartas era la nocion de lo femenino como falta, como carencia, en Las preguntas es la idea de lo femenino ocmo campo discursivo privilegiado de los sentimientos. Y en este punto la poesía de Lukin alienta una deliberada ambigüedad, cierta tensión irresuelta favorecida por la duda, es decir, por el ademán interrogativo de todo el libro. Por un lado, el sentimiento es considerado un lugar común que representa lo femenino y, por saturación, se vuelve falso; pero, por otro, el sentimiento puede transformarse en una estética del poema amoroso.
El tono de Las preguntas es más bien reflexivo, analítico y considera los modos del pensar como última articulación de lo lírico, en una especie de “racionalidad de lo sentimental”. Mediante esa poética de antítesis, Lukin insinúa que la poesía es el espacio genuino para una nueva estética del sentimiento, acaso porque sólo el poema puede explorar, hasta en sus mínimas variaciones imaginarias, las preguntas que sobreviven a toda aventura amorosa. Por ejemplo, preguntarse si la palabra es el único recuerdo lúcido de un tiempo feliz y perdido o si el poema es acaso el único signo, la única atención, la sola espera de un tiempo por venir donde la felicidad pudiera realizarse.
Lukin sugiere que una poética que indague y recomponga el sentimiento y el deseo amoroso se vuelve, en una sociedad donde los valores del sentimiento son públicamente devaluados, una estética de la necesidad.