Sobre su obra

Sobre la literatura desaparecida.

En Rosario12, Suplemento de Página 12, Rosario, Santa Fé, 2004.
Por Sonia Catela

La poeta Liliana Lukin pone patas para arriba los valores de curso legal.
Acontecimiento y libro se asocian sólo en un nudo indestructible: que el tomito encuadernado vaya a vender, esté vendiendo o haya vendido. En ese caso, habrá cámaras, reseñas en los periódicos, difusión, circulación de la palabra, inscripción en algún imaginario histórico, velas prendidas en el altar. Así, Hugo Wast, escritor argentino instalado gracias a las operaciones de la iglesia, había alcanzado el récord de colocación de más de un millón de ejemplares hacia la década del 50. En 1927 se le otorgó el premio nacional de literatura por su novela Desierto de Piedra y su lectura se recomienda actualmente a adolescentes santafesinos en bibliografía especializada. Wast brilla por prominentes «virtudes»: su confeso antisemitismo (cuatro contribuciones en ese sentido: El Kahal, Oro (1935), 666 (1942) y Juana Tabor (1944); por su renuncia al cargo de Ministro de Instrucción Pública de la Nación debido a la ruptura de relaciones del país con el Eje nazi (1944), y por decretar, respecto de la literatura: «Hay que terminar con el estilo».
En la latitud opuesta de nuestra cultura se constata cómo se sangra, hasta la desaparición, toda una literatura. Se la desaparece como se desaparecía a la gente, promediando los setenta. Sin mencionar pero mencionándola, he aquí Olimpo, novela de Blas Matamoro de la que usted no se enteró ni le pondrá mano encima ya que no se encuentra en biblioteca alguna del país –ni la Nacional, ni las de provincias-; gracias al anatema de prohibición y secuestro por decreto, agosto del 76, que la incinerara al instante. Olimpo es una novela fusilada. ¿A quién le interesa? A mí. Seguramente a usted también ya que sigue este mismo itinerario. Escritura desaparecida como los Cuentos del Concurso Leopoldo Marechal, de Plus Ultra, venteados por la misma acusación: «propósitos de adoctrinamiento y captación ideológica». Nunca se reeditaron.
Existe una literatura desaparecida, y no precisamente en el horizonte del mito. Antes, el estado terrorista, ahora el terrorismo de mercado, se turnan en eso de encargarse de las faenas sucias. Gutural, una de las mejores novelas escritas en este doloroso y bello país, apenas susurra su entidad de manera secreta entre quienes no sabemos -porque no somos la Iglesia católica, y porque carecemos de aparatos-, cómo levantarla del fondo del río. Gutural, de Estela dos Santos. De esta obra se dijo: «Lo imposible ha sido escrito, lo insoportable nos es dado a leer». Gutural, editada en 1965, su autora muerta el año pasado, un par de bajas más en la guerra invisible y perdida que mantenemos con el mercado. Y ahora emerge Construcción comparativa, poesía de Liliana Lukin.
Sustenta un espacio de ejercicio impensable para las masas trituradas y sofocadas por la sociedad industrial: el de la experiencia ética en la estética. Trinchera última de libertad, de creerle a Saer.
Construcción… le devuelve al tener, su justicia ¿de qué manera? Dice: «Como una flor carnívora /el fragor de la pelea /necesita /porque devuelve al tener /su justicia/ (…) así /como una flor /para llegar a comprender /una y otra vez /lo cruel…». Retornarle a la propiedad alguna equidad, si ello fuera posible, pero sin ocultar la crueldad implícita… He ahí una postura ética. Y en la disponibilidad: «Como una ciudad abandonada (…) una maqueta de ciudad en movimiento /impecable y sola /en la función prolija de nutrir /los canales y las fuentes /de mantener la red de luces viales/y el curso de los tránsitos ausentes (…) Ciudad abandonada, una/criatura a disposición (…)». Estar disponible para la habitabilidad, para dar alojamiento a militancias activas, porque sus «calles vacías que /salvo unos niños nadie se anima a recorrer», como la militancia que hoy se equipara a quimera y se desiste de acometer. Ciudades abandonadas, alertas, a disposición. Construcción comparativa, una indagación del ser que llega a él en la ética. «Como un frío en la espalda /así /ella podía desabrigar el yo /cruzado por las tormentas /para dar la soga al peregrino» O: «Como un barco (…) habitado por extraños pasajeros /que no modifican su estructura pero ocupan su lugar (…) cuya tripulación solidaria canta /para cubrir la tempestad». Como una lluvia, aunque todo seque «en lo libre del aire su verdad», luego. Pero ha llovido. «Como una soga /atada al cuello /que aprieta y da /morada a la idea de colgar (…) así/construía el movimiento de saber /en el borde de lo bello /lacerada /sin tocar fondo y sin resuello». Tocar el borde del saber, como una soga al cuello. O con ella.
Construcción comparativa, Alción, 2003, no es un libro sordo ni autista.
Abre tensiones dialécticas, con variadas soluciones, y el juego de un pensamiento que llama, en celo, a otros pensamientos y busca aparearse; Construcción… se despliega y permite, en cada cual, la apropiación y fabricación de sentidos.
Encuadra en la afirmación de Anthony Burgess: «La literatura es esencialmente subversiva. La primera vez que advertí la capacidad subversiva que tiene incluso la subliteratura fue cuando mi padre echó al fuego de la cocina mi ejemplar del Boys Magazine, que acababa de iniciar la publicación de una serie sobre el fin del mundo».
Construcción Comparativa es una de esas obras que ponen patas para arriba los valores de curso legal, porque edifica, precisamente, otra red conceptual, axiológica y estética. La realidad confirma una y otra vez la lucha que rodea el control de la circulación de textos literarios y del discurso en general. Como Burgess afirma respecto de D.H. Lawrence, esa verdad produce testigos y mártires. Estos se vuelven prácticamente invisibles dentro de un conflicto imperceptible. En la Argentina, alrededor de 1500 autores (unos mil hombres, el resto, mujeres) se autoeditan un libro por año. Su murmullo nos rodea, informe, ininteligible. Sólo excepcionalmente se distingue, aquí y allá, la voz baja de un registro. Se apoya cuidosamente la oreja, se lo recoge.