Sobre su obra

De gracia era el camino entero

En Revista La Pecera nº 7, Mar del Plata, 2004.
Por Irma Emiliozzi

No alcanza con decir que retórica erótica es un libro de palabras e imágenes: necesitaríamos ver (mejor tomar) este libro entre las manos para alcanzar la amplia significación de esta amalgama. Como en todo libro de poemas, hay palabras impresas, pero estas palabras – música, sonido, oído, sensualidad- son también imagen – letra, ojo, vista, sensualidad-, a lo que se suma ahora el facsímil de la letra manuscrita: por todas partes, acompañando, superponiéndose, saltando de página a página, o llevando, uniendo una con la siguiente, esta “caligrafía del temblor con que los poemas se escribieron”, según dice Jorge Sanzur, aparece y desaparece, atrae, rechaza, invita, se excede y se esconde, como corresponde a la inquietante presencia de las diosas –palabras. Contacto directo, lenguaje táctil – la mano sobre el papel, incluida la nuestra-, caricia verbal – erótica, amar y escribir, cuerpo y escritura.

A esto se suma la presencia de fotografías de mujeres desnudas (estereoscopías, postales, fotos de estudio), elegidas entre documentos de 1851a 1951 (una pintura de Paul Delvaux extiende la cronología hasta 1967) y con las que los textos dialogan: la belleza de las imágenes que esta “retórica” va construyendo es otro de los componentes de este libro singular. Poses, intimidades, adornos, disfraces, velos, miradas, todo minuciosamente seleccionado y elegido…

Transgresora por inesperada y original, la poesía, omnipresente, compone este diálogo de sonidos e imágenes, de imágenes e imágenes, juego turbador, entregado y desbordado hasta el exceso de los mismos límites de la “caja” del libro: quien escribe es el amor-cuerpo. En un reciente reportaje ha dicho Liliana Lukin: “Cada poema habla de una tercera persona y trabaja sobre una foto. Hay también tres cuadros de Paul Delvaux y una foto de una escultura de Bernini: “El rapto de Perséfone”. El resto son fotografías de casas de cita, de estudio, postales antiguas. La idea es que los textos hablan de lo que les pasa a ellas antes de la escena de la foto, lo que les pasa durante y lo que les pasa después. Un relato que no tiene que ver con la foto, ni un poema sobre la fotografía: no hay una ilustración de ninguno de los dos lenguajes hacia el otro. Se va construyendo una historia de amor, con su apogeo, decadencia y muerte a lo largo de todo el libro, cosa que es coincidente con lo que a mí me estaba ocurriendo en el momento de la escritura”.

Vigilia versus sueño, distancia o entrega, encuentro o separación (“la ancha vereda de las despedidas y los reencuentros”), presencia o ausencia, rechazo o invitación; soledad, fragilidad versus redondez, sensualidad, plenitud: muchos y duales son los rostros del amor y hasta la misma presencia del cuerpo es observada desde múltiples y diferentes ángulos, exterior o interior por ejemplo:

“Ser cuerpo es su alegría
y lo que viste es eso.”
O
“Uno de los círculos del infierno crece con su
cabellera, pero no es virtud, sino naturaleza.

De eso ella descansa. Anillada como un

ave, está presa de los pliegues del ojo

que no la ve.”

Él está en el cuerpo que miramos, porque para él ella se mira o mira, a él ella se entrega, es a él a quien espera y quien finalmente la acaricia, la posee y la modela. Aunque no esté está siempre, es sospecha, impulso y objeto del deseo:

“Hay una dulzura que se acerca como

un pájaro, rozará un costado con el ala

más alta y el deslizarse sigiloso hará

el resto. De momentos así, la alegría.

Y aún su cuerpo, precioso en su tersura

de ave, juega a volar como en la

infancia, mientras la mano de él

pesa en cada movimiento, la mano

de él, que ha dibujado la piel entera,

dejado el surco de su edad.”

Se construye así una metáfora del modo en que las mujeres se piensan a sí mismas y piensan a los hombres mientras son miradas, amadas, silenciadas, deseadas por ellos. Mirar, ver, decir, tocar: la dinámica del texto construye una verdadera polifonía de voces, ecos y presentimientos, juego múltiple de ojos que ven, labios que dicen, miradas que nombran, textos que se duplican:

“Las dos, en igual paisaje, ignoran la

belleza contra la cual deshacen

su urgencia por ser despertadas. (…)

Está ante el paisaje, su duplicación,

como está la palabra en el lenguaje.

Ambas en los límites, esperan ser

elegidas por la frase que él pronuncie. “

A la rica dinámica polifónica se suman aún otras voces, las de los intertextos que resuenan en los textos: no olvidemos las fotos, las pinturas, Bernini, Dante, a lo que se suman otros símbolos y mitos.

Pero no alcanza con decir que retórica erótica es un libro de palabras e imágenes: es también, y lo recalco, un libro de ideas:” una estética, que es a su vez una moral y una ética del sentimiento”, dice Lukin, que escribió en otro libro, Cartas: “entre la palabra y el acto no debieran los otros poner tanta distancia”.

En principio, y enseguida nos detendremos en el tema, el libro está atravesado por la preocupación del cuerpo-palabra: “¿Hay un templo más allá/ de las palabras? Hay una escalera/ que conduce al templo, y gira en el aire./ ¿Hay una vida para las palabras/ fuera del templo?” Pero esta estética está atravesada por una fuerte preocupación ideológica y ética, y como ha dicho la autora: “Al usar fotos de postales pornográficas y artísticas, desde los orígenes de la fotografía… elijo recorre la historia de un cuerpo de mujer, para pensar cómo fue vista por los hombres y proponer un modo de mirarse desde sí mismas. Sobre una “historia” del desnudo cuento una historia de amor, sobre todo, de su erotismo, con su apogeo y su decadencia. Trato de construir a partir de eso una ética. Porque pienso que el Cuerpo y la Palabra son la misma cosa: estoy proponiendo un modo de lo amoroso, que desde la ironía y el dolor, denuncia un estado de cosas.”

Aquí se habla de este estado de las cosas o de la cuestión. Liliana Lukin se ocupa en este libro – éste era su anunciado camino desde títulos anteriores- de “lo mujer”, como ha dicho varias veces: una síntesis entre lo femenino y la mujer que conforma una postura más que reinvidicativa o feminista, descriptiva del modo de ser de la mujer, y en este caso, de la mujer que escribe en un mundo de hombres. ¿Qué puede hacer esta mujer? Escribir, hablar, mostrar lo que la cultura prejuiciosa y sectaria prohibe ver, buscar la verdad conmovedora como revelación, o el poema como la voz de un ser al descubierto, en su total desnudez:

“Celebración a quien merece, para que

la ceremonia serenamente cubra el alma

que tanto cuesta desnudar.”

Aclara Liliana Lukin: “Ahí hay un trabajo con el desnudo y con la “desnudez”(…) lo desnudo sería lo que la sociedad y la cultura han coagulado como una mirada aceptada estéticamente, lo considerado bello, el objeto siempre es un femenino donde las mujeres se saben miradas desde el hombre; y la desnudez, que sería como una instancia que… buscaría más allá una verdad del cuerpo que no estuviera coagulada por la cultura ni por el saber que las mujeres tienen gracias a la mirada que aprendieron de los hombres. Ahora bien, ¿cómo se hace para aprender esto? Contestarlo me llevó este libro. Creo que la única respuesta es cada libro: no puedo explicarlo mejor. “

Nos falta considerar, y regresamos a la preocupación estética de la autora, que el libro está pensado como “ un poema total en el que cada parte remite a las otras y a la vez posee una relativa independencia” (Carlos Schilling), y esta estructura es cuasi narrativa, con un poema inicial que funciona como un poema prólogo y un poema final epilogal.

El poema inicial, como si de un libro convencional se tratara- y lo observo como otra de las tantas sorpresas que depara este libro-, resume la postura poético- ideológica de la autora: es un poema preámbulo, de introducción y explicación del asunto retórico-erótico a tratar. El escribir, la poesía, el cuerpo- poesía son sus ejes líricos: “¿Qué sería de mí si hablara sólo como escribo, cribando en el sentido y en la música sin descansar? Escribo… ¿Qué sería de mí si construyera imágenes sólo con palabras? Mi cuerpo habla como escribo, lo que vivo es de mirar y oír, de lo que toco y me toco y me toca, alimento más, recibo. Vivo. Necesito descansar, ¿Qué sería de mí sin descanso?”

El poema epílogo nos espera con otra sorpresa: la distancia elegida entre el autor real y el autor textual es la mínima y el texto se desliza con voz confesional: “Yo soy todas ellas… Ellas me han soñado. Y he realizado el destino de unas imágenes más o menos coincidentes con lo que cuentan de mí. Él es bello aún con esa luz, pero nadie aprende del dolor ajeno, ni de la felicidad que no ha perdido. Ésta es, como dije, una historia real, a penas.” ¿Confesión? ¿Dónde está el límite? ¿Por qué pedirle a la poesía más verdad y menos ficción que a la novela? Juego, trampa y seducción hasta el final, el epílogo ha despistado a más de un lector profesional que ha querido ver hasta en la foto duplicada del desnudo femenino final, el mismo cuerpo desnudo de la autora, que con un libro en las manos y alzando su rostro hacia nosotros, sus lectores, nos invita, como lo hacen las imágenes de todo el libro, al placer de acompañarla. Claro que nos invita, pero desde el borde o los límites de toda creación- cuerpo- poema, desde la experiencia de la vida o la muerte (esto es el erotismo) que en cada entrega nos acerca, y ahora desde la experiencia del límite o final del texto-visión que, ha llegado la hora, vamos a cerrar.

Libro atípico en la historia de la poesía argentina, pone en escena el manuscrito como pretexto y como imagen otra del texto: un recorrido de puro placer sobre la escritura, la fotografía, la palabra poética en toda su plenitud. Es la ley del Don:

“(…) De gracia era

el camino entero. Haber sabido.”